Sesión once

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Se lo tengo que decir, doctora, últimamente lo estoy haciendo francamente bien. Ayer por la tarde sólo tenía ganas de volver a meterme en la cama, pero en vez de eso cogí la correa de Emma y me la llevé al paseo marítimo a dar una vuelta. Eso es toda una novedad en contraste con nuestras salidas habituales por el bosque, para asegurarme de que no me voy a encontrar absolutamente con nadie.


Pues esta vez, para variar, estuvimos muy sociables. Bueno, Emma lo estuvo, siente debilidad por los chuchos más pequeños, tiene que pararse a besuquearlos a todos. Con los grandes nunca se sabe cómo va acabar la cosa, pero ponle un caniche delante y está en la gloria canina.


Yo había conseguido evitar cualquier intercambio con otro ser humano fijando la vista a lo lejos, o en los perros, o en mis pies mientras tiraba de su correa para meterle prisa, pero cuando insistió en pegar la hebra con un cocker spaniel, me paré y hasta me puse a charlar con los dueños, una pareja de

jubilados.


Las típicas tonterías de dueños de perros: ¿cómo se llama? ¿Timber? ¿Y cuántos años tiene? Pero joder, doctora, hace dos semanas habría preferido tirarlos al mar de un empujón que comunicarme con ellos a cualquier nivel.

***

Cuando regresé, tuve que quedarme unos días en casa de mi madre porque mi casa estaba alquilada, y no sabe el alivio que sentí por que no la hubieran vendido, sólo era otro embuste más del Animal.


Por suerte, estaba tan paranoica con la idea de llegar a perder mi casa algún día que había cogido toda la comisión de la venta de un inmueble y la había metido en una cuenta separada para tener así acumulados en el banco los plazos de un año entero de hipoteca.

La entidad hipotecaria se había limitado a seguir cobrando los recibos, mes tras mes, y supongo que cuando mi cuenta bancaria se hubiese quedado a cero, habrían ejecutado la hipoteca.


Le pregunté a mi madre dónde estaban mis cosas y me dijo: «Tuvimos que venderlo todo, Annie.


¿De dónde crees que sacamos el dinero para tu búsqueda? La mayor parte de los donativos iban destinados a la recompensa. También tuvimos que gastar todo el dinero del alquiler». Y lo decía completamente en serio: lo habían vendido absolutamente todo. No me habría extrañado ver pasar por la calle a alguna chica con mi chaqueta de piel.


Mi coche estaba en leasing, y una vez que la poli lo hubo procesado, se fue derechito al concesionario. Ahora conduzco ese cacharro de mierda de ahí fuera hasta que decida qué quiero hacer con mi vida; tener un buen coche ya no me parece tan importante como antes.


Tenía bastante dinero ahorrado, pero como tenía todos los recibos domiciliados, no me queda casi nada. La empresa para la que trabajaba le dio a mamá algunos cheques con el dinero de algunos tratos que se cerraron después de mi secuestro. Intentó cobrarlos en efectivo para poder añadirlos al dinero de la recompensa, que ahora ha ido a parar a las organizaciones benéficas, pero no se lo permitieron, así que tuvo que ingresarlos en mi cuenta. Por suerte, porque de lo contrario me habría quedado ya sin blanca.


***

Hace unos días, estaba apoltronada en el sofá con Emma cuando sonó el teléfono. No estaba de humor para hablar con nadie, pero vi el número de mi madre en el identificador de llamadas y supe que si no contestaba, no dejaría de insistir.

Nadie Te  Encontrara *Niall Horan* Terminada *Donde viven las historias. Descúbrelo ahora