Adormecido

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Mirar hacia el pasado se sentía lejano. Incluso, cuando inevitablemente lo hacía. A los diez años había conocido a Ken Ryuguji, a los doce había escuchado a los paramédicos declarar muerto a Shinichiro Sano, a los quince había visto morir a Keisuke Baji y unos días después a Emma Sano.

Desviando su mirada hacia el vaso que tenía enfrente, se acomodó vagamente la sudadera.

A sus veintisiete años, aceptaba el hecho de que habría demasiadas cosas que jamás lograría ver.

Escuchar los murmullos era lo único que conseguía, la risa no se le contagiaba y solo sentía la frustración arremolinarse en su pecho. Apretando con un poco de fuerza sus dientes, alzó la mano para agarrar el vaso y llevárselo a los labios. Volvió a sentir aquella mirada ajena y se tuvo que esforzar para no hacer un estruendo al dejar el vaso de vuelta en la mesa.

Alguien estaba hablando fuerte y él no dudó en levantar la cabeza. El rubio con la cicatriz al final de la mesa acabó evadiéndolo y únicamente así pudo permitirse acomodarse mejor en la silla.

De pronto sintió algo molestando en el brazo junto con el ruido parecido al de un mosquito.

—¿Quieres un poco más?

Asintió e ignoró como Mitsuya fingía ante él. Cuando el vaso se llenó de licor, esperó a que los demás retomaran su conversación para poder beber su vaso completo sin miramientos. Sin tambalear en sus movimientos, se levantó —desafortunadamente—, llamando la atención.

—Iré a... —frunció un poco el entrecejo, había pasado tanto desde la última vez que le dio explicaciones de esta manera a alguien—. Comprar algo.

La mayoría solo asintió, a falta de algo que agregar.

—Las llaves están allá, junto a la puerta.

Eso fue lo único que Draken le dijo.

(...)

Si alguien le había creído, eso difícilmente lo creía. Sin tardar más tiempo le quitó el envoltorio a la cajetilla y se colocó un cigarrillo entre los labios. La noche se volvía cada vez más gélida y la tela de la sudadera parecía insuficiente para mantener algo de calor en su piel.

Guardando una mano en su bolsillo, caminó entre lo que parecía un pequeño y desértico parque hasta que divisó un árbol lo suficientemente escondido del resto. Sentía las piernas temblar mientras las rodeaba con ambos brazos, cerró los ojos y antes que pudiera reaccionar apropiadamente, tenía a un sujeto de pie al lado suyo.

—Normalmente, cuando se juega a la casita, el papá se va al trabajo —Mikey ni siquiera se molestó en mirarlo—. Eso lo sabías, ¿Cierto?

Exhaló un poco del humo y acomodó la cabeza contra el árbol. Sanzu se dio el permiso de sentarse a su lado.

—¿O acaso él es el papá?

Su mandíbula se tensó con fuerza y solo allí le otorgó a Haruchiyo la atención que deseaba. El hombre levantó una mano en señal de defensa, y Mikey acercó el cigarro hacia la palma. El rostro y el quejido de dolor no detuvieron a Mikey de agarrar la muñeca del contrario hasta apagar lo poco que quedaba del cigarrillo.

—Cállate y vete.

Entre el sonido del pasto, oyó a Sanzu ponerse de pie.

—¿Y entonces seré yo quien encuentre tu cuerpo?

Sus ojos escanearon los brazos descubiertos por la camisa su traje, deteniéndose apenas en el tatuaje que compartían. Su mano se extendía hacia él.

(...)

Con suavidad cerró la puerta y dio un paso al frente. En la mesa de la cocina solamente se hallaban los residuos de alcohol en los vasos y botellas de ayer, el sofá estaba vacío, y la televisión apagada. Rodeó el sofá y siguió caminando por el pasillo que daba hasta la habitación de Ken. Colocó la mano sobre el picaporte y antes de lograr hacer algún movimiento, retiró la mano. Sumido en el silencio, empuñó su mano y golpeó dos veces.

Sin dudarlo más tiempo, giró el picaporte y empujó la puerta. En un completo mutismo, se quedó de pie allí.

—Oye, Kenchin.

Levantando la cabeza en un movimiento, sintió la mirada cansada de Draken instándole a que siguiera. Sus ojos se mantuvieron fijos en su figura recostada.

—Necesito una toalla.

El brazo alrededor del abdomen de Ken quedó reposando en el colchón gracias al movimiento que hizo al levantarse de la cama.

Draken se llevó una mano hacia la cabeza y Manjiro quiso creer que tenía una cefalea; que se tardaba en buscar una simple toalla porque no había tolerado bien el alcohol.

Que Ken no trataba de buscar algo en él.

—Gracias.

Dejó de observar por el costado del ojo al hombre que seguía acostado en la cama y se dio media vuelta.

La puerta del baño se cerró con más fuerza de la que deseaba, pero esa preocupación no tardó en pasar a un segundo plano. Con manos temblorosas agarró el cuello de la sudadera e inhaló el aroma ajeno, apretó los párpados y se despojó la ropa, descartándola en el suelo.

Él sabía porqué ocurrían las cosas, porqué ocurrían esas cosas. Había observado como cada día empeoraba y sabía exactamente cómo se veía antes. Los días más cortos y los meses más rápidos. Tantos años sin poder permanecer igual, resguardando la esencia que nunca quiso observar de cerca. Hace años sabía que todo había empeorado, lo podía confirmar cada día y cualquier hora que quisiera. La cara de cada persona que se atrevía a mirarlo al rostro; los conocía tan bien.

Y él mismo sabía que había sido un error. Él, los sujetos que trabajaban para él, todos sabían que había algo malo con él.

Su mano impactó en el lavamanos y el estruendo recién le permitió notar rojiza que se había vuelto la piel alrededor de la marca de dientes en su cuello. Sintió como sus pulmones le asfixiaban cada segundo que miraba su reflejo.

—¿Mikey?

Ignorando el ruido en su oído, se agarró la cara y alzó la mano hasta colocarle seguro a la puerta. La madera se sentía fría contra su mejilla y que Ken llamara su nombre lo hacía sentir mucho mejor. Podía ignorar los golpes y la manera en que lo decía, sabía que sí.

Tan quisquilloso.

—Ken.

El suelo era muy frío, incluso para alguien como él.









Gracias por leerme🤍, trataré de no tardar mil años:(

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⏰ Última actualización: Feb 22, 2022 ⏰

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A mitad de la caída | DrakeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora