Errante

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El silencio parecía ser la respuesta que Mikey no quería escuchar. Lo notó por la forma en que bajó su cabeza, esquivando su mirada. Casi de reojo, Draken notó algo extraño en la nuca ajena, y eventualmente cayó en cuenta de lo que se trataba. Recuerdos de una noticia en la televisión que le llamó la atención salieron a la luz, las sospechas y ese pensamiento que estaba demasiado escondido.

La realización era dolorosa. Pero, a pesar de aquello, y de todo lo que era incapaz de reconocer; asintió lentamente.

—Está bien.

Mikey levantó su cabeza apenas, y lo poco que había alcanzado a ver del tatuaje se había escondido. La falta de movimiento en su cuerpo, la hipocresía, el escaso aire; todo se volvía insoportable. Ken se levantó del sofá y caminó hasta el cabinete a un lado de la pequeña televisión donde guardaba unas mantas que le pasaba a Inupi cuando pasaba la noche allí.

—Gracias, Kenchin.

Eso fue lo último que le dijo Mikey antes de darse la vuelta e irse a su dormitorio.


(...)


Ken escuchó una especie de susurro a sus espaldas mientras se cubría la cara con las sábanas, tratando de evitar lo que sea que estuviera sentado a los pies de su cama. Los terrores nocturnos se habían vuelto parte de su vida años atrás, sin embargo, no dejaban de aterrorizarlo menos. De pronto, sintió algo agarrarle la cabeza y abrió los ojos de golpe, sentándose contra el respaldo de la cama en cuestión de un segundo.

Inui lo miraba con los ojos un poco más abiertos de lo normal y Draken dejó salir un suspiro de alivio.

—Mierda, Inupi... —se restregó la cara con fuerza.

—Son las diez de la mañana.

Inui permanecía sentado a los pies de su cama viéndolo con una mezcla de preocupación y seriedad. Draken observó hacia su ventana, notando los fuertes rayos de sol atravesando el vidrio, cayendo en cuenta recién de cómo olvidó cerrar las cortinas anoche.

—No pude dormir mucho anoche —explicó, frotando sus ojos nuevamente.

Inupi asintió y Draken se quitó las sábanas de encima, levantándose de una vez de su cama.

—Sé que quieres decirme algo —le dijo Ken, sintiendo la mirada de su amigo mientras se colocaba sus jeans. Terminó de subir el cierre y dirigió su vista a Inupi, quien ahora solo miraba su propio regazo.

—Tampoco es como si pudiera cuestionarte algo.

—Entonces todo está bien.

Inupi no respondió y Draken continuó vistiéndose.

—Te espero abajo —el rubio se levantó y caminó hasta la puerta—. Dejé los repuestos en la oficina.

Una parada corta por el baño fue suficiente para darle un poco más de voluntad y pasar por la sala de estar. Mikey seguía durmiendo, como lo esperaba. Y en vez, de darse un momento para una taza de café, salió directo por la puerta del departamento.


(...)


Eran cerca de las doce para cuando Ken terminó de armar la motocicleta en la que llevaba trabajando desde hace dos días. Inui había estado encargando del inventario desde temprano, así que optó por ir a comprar el almuerzo para ambos.

—¿Quieres lo mismo de ayer? —preguntó en cuanto entró a la oficina, observando a Inupi en la silla frente a él—. ¿O quieres que pregunte por otra cosa?

A mitad de la caída | DrakeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora