Prólogo

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HUNTER

Cinco años antes

La antigua casa de la fraternidad rebosaba de actividad. La música salía con gran estruendo desde todas las ventanas, repartidas por la planta baja de la mansión. Todas las luces de la residencia estaban encendidas. Había gente dividida por todos lados.

Parecía que toda la universidad se había reunido en torno a la institución por excelencia del campus. Veinteañeros se congregaban en el jardín delantero, en el trasero y en el salón principal, o se amontonaban en la cocina en busca de la bebida alcohólica. En los pisos superiores, que alberga las habitaciones de los residentes, se podía encontrar a parejas en todos los posibles estados. La verdad es que todo aquello era un caos. El comedor había sido transformado en un bufé de comida rápida. Y la segunda sala de estar había sido convertida en la pista de baile. La gente bailaba pegada una a la otra, sudando y gritando a través de la música. El suelo de la casa retumbaba a ritmo.

El jardín trasero estaba invadido por grupos reunidos en torno a la piscina. En una de las esquinas, una pequeña porción de los invitados, estaban reunidos en torno a una botella, vacía, que no paraba de girar.

Desde mi posición de altura, en lo alto del tejado, puedo ver todo. Y escuchar los gritos descontrolados de la parte baja de la casa. Lo sentía todo, y lo peor lo olía todo. Realmente había humanos demasiado apestosos para mi delicado y sofisticado olfato. La puerta del balcón se abrió detrás de mí. Un olor masculino inundó mis fosas nasales. Finn, mi mejor amigo estaba a mis espaldas.

— Ah, ahí estás. —Me giré para verle la cara y apoyé mi cuerpo en la baranda de balcón. — Mary te anda buscando como una loca. — solté un suspiro. Mary era mi novia en ese momento, pero no sentía nada especial.

— Bueno pues que siga esperando, no tengo intención de bajar por el momento. — volví a girar mi cuerpo, volviendo a mirar el patio trasero con sus grupos de ocupantes.

Finn se acercó a mí y se apoyó en la misma posición que la mía, en la barandilla. Pero tenía una expresión triste en la mirada. Su ánimo parecía haber decaído en algún momento de la noche.

— ¿Qué te pasa, tío? — intenté suavizar mi tono para que Finn entendiera que me preocupaba su estado anímico.

—He estado reflexionando con eso de las almas gemelas. Lo de las mitades. — Finn se quedó callado, sumido en sus pensamientos.

Levantó la cabeza al cielo nocturno despejado. Volvió a suspirar y giró su cara a la mía.

— La encontré, Hunter. — su cara reflejaba dolor y terror, aunque un poco de esperanza e ilusión se podía distinguir en el brillo de sus ojos.

Le miré a la cara fijamente, había un pero. Como parecía que no quería continuar le insistí en ello.

— Pero...

— Pero, — volvió a guardar silencio una vez, como si no quisiera reconocerlo en voz alta. — Es una bruja.

Me quedé en silencio. Aquello no solía ser común, y tampoco estaba bien visto. Aunque con los años, se ha conseguido relativa paz con respecto a esa raza. Y casi se había aceptado, en el mundo de los licántropos, que las brujas eran seres con los cuales la Diosa nos podía unir en el lazo infinito.

—¿No vas a decir nada? — me había quedado mudo, sopesando qué decir para no ofenderle.

— Sabes que, — comencé— me parece genial. Estoy muy feliz por ti.

Finn no parecía contento. Él llevaba años queriendo encontrar a su mate. Había momentos en los que parecía soñar despierto imaginándose a su mitad perfecta. Creo que ahora se ha llevado un chasco.

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