Tres

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NORA

El colchón se hundió por el lado derecho de la cama. Me llevé las manos a la cara. Me tapé los ojos y me los restregué. Sentía los pies fríos. Helados. Abrí ligeramente los ojos.

Estaba tumbada boca arriba. El edredón solo me cubría parte del cuerpo. Mi pierna izquierda y mis dos pies estaban destapados. Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Giré mi cabeza a la derecha. Mis dos hermanas mayores ocupaban gran parte del colchón. Y por supuesto se habían adueñado de todo el edredón. Morgan, en medio del colchón, abrazaba a Daisy por la espalda. La apretaba contra su cuerpo. Tenía el pelo de Daisy encima de la nariz.

Levanté un poco más la mirada y vi como Daisy apretaba contra sí el edredón. Aquello era la ley de la supervivencia. Morgan se había abrazado a Daisy en busca de manta y calor.

Por las ventanas del salón. Entraba a raudales el sol. Parecía ser una mañana de cielo azul. No obstante, hacía demasiado frío.

Ayer llegamos a Walden pasadas las tres de la tarde. La casa de mis padres estaba un tanto alejada del pueblo en sí, por lo que no tuvimos a nadie merodeando cerca a esas horas.

Nada más llegar descargamos todas las cajas. De los dos transportes y las fuimos dejando por las habitaciones que ocuparía. Tardamos dos horas. Al acabar Morgan sugirió ir a cenar. Nos subimos en mi coche y conduje hasta el pueblo más grande. Estaba a una hora de viaje.

Después de cenar volvimos a casa y montamos nuestra cama de esa noche en el suelo del salón. Estábamos tan agotadas que en cuanto las tres tocamos el colchón inflable nos quedamos dormidas.

Cerré mis ojos otra vez. Quería dormir más tiempo. Pero tenía tanto frío que me tuve que levantar a por otra manta más grande. Para mi sola. Me envolví en ella y me volví a tumbar. Esta vez con los ojos abiertos.

Miré al techo. Y suspiré despacio.

Ya estaba aquí. ¿Y ahora qué?

La sala en la que estábamos era un salón amplio. Las paredes estaban pintadas de blanco, pero tenían un color amarillento. Tenía un gran ventanal y una chimenea. Estábamos rodeadas de cajas. Apiladas una encima de otra. Había trastos por todos lados.

Sentí miedo en ese momento. Lo había hecho. Y tenía pocas posibilidades de echarme atrás. Por mí y por mi orgullo. Mi familia entendería que quisiera volver a Londres, a fin de cuentas, a ellos no les gusta que esté aquí.

Pero mi animal interior se sentiría humillado y decepcionado de mí misma. Y no eso no va conmigo.

Soy valiente.

Soy aventurera.

No le temo a nada ni a nadie.

Lucharé por mi familia en este lugar al que un día llamaron hogar.

El colchón se volvió a mover. Morgan, la más grande y que más ocupa se estaba girando en mi dirección. Tenía los ojos abiertos.

— Buenos días — la saludé. Morgan asintió con la cabeza y me dio una sonrisa.

— Estoy helada — Morgan se abrazó a sí misma. — déjame meterme en tu manta.

Abrí mis cobijas y me hice a un lado para que cupiese. Morgan se deslizó por el colchón acortando la distancia mínima que nos separaba. Y se metió en mi manta. La abracé por los hombros para cerrar de nuevo el burrito en el que nos habíamos convertido.

Morgan realmente estaba helada. Sus pies tocaron mis espinillas y sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Sus manos también estaban frías. Las metió dentro de su camiseta para que le entraran en calor.

Selva NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora