"Al parecer tu nueva vida fue suficiente para olvidarte de la gente que creía en ti."
Tercera noche que había regresado al barrio, tercera noche en la que te esperaba afuera de tu trabajo, intentando dejar de vivir de tu recuerdo y pensando en crear momentos.
Vi mi reloj de mano algo desesperado; 2:15 , llevas quince minutos de retraso y el frío comienza a congelar mis huesos.
El resonar de tus tacones me hicieron girar, encontrándome contigo, cuando tus ojos y los míos chocaron, pude notar que estabas enojada.
— ¿Otra vez? — levanté los hombros.
— Estaré aquí esperándote hasta que podamos hablar.
— Consigue una silla que eso nunca será Tomás. — te ibas a encaminar hacia tu casa, pero te tomé del brazo, impidiéndote irte, algo que debí de haber echo hace tiempo. — Suéltame. — negué.
— Si tengo que esperar una eternidad aquí, sabes que te esperaría, pero sería mejor dejar el orgullo y hablar Anastacia. — reíste.
— Eso debiste pensar la última vez que nos vimos.
— Créeme que si hubiera sabido que ese maldito día sería el último que te besaría, todavía te estaría besando.
— Vaya, que poeta. — dijiste sarcástica. — suéltame.
— Te llevaré a casa, es tarde.
— Siempre me he ido sola, no tienes por qué fingir interés. — Viste mi agarre. — Suéltame de una jodida vez y vete. — rendido, te solté. — Gracias. — dijiste y te encaminaste hacia tu casa, yo sin más, fui detrás de vos. — ¿Qué haces?
— Te acompaño. — dije una vez estando a tu lado.
— Sos patético.
— Y vos orgullosa. — negaste. — Me perdí en las drogas. — me viste confundida, no le tomé importancia a tu confusión y seguí hablando. — No supe lidiar con tanta plata, con tantas chicas y con el nuevo mundo que tenía en mis manos... no pude lidiar ni siquiera conmigo. — di un resumen de lo que te he querido decir en estos días.
— ¿Y eso fue razón para olvidarte de mi? — negué y reí.
— Flaca, te pensaba a diario, siempre haz sido mi razón para no perderme en la demencia.
— ¿Entonces?
— Estar perdido en drogas me hacía pensarte, pero no buscarte. — me sinceré. — No quería decepcionarte.
— Lo hiciste al hacerme creer que me olvidaste. — dejaste de caminar y me viste.
— Tú sabías mi número. — dije. — Sabías todo acerca de mi "nueva vida." — hice comillas con mis dedos. — Y tampoco me buscaste. — bajaste la mirada. — Ambos nos equivocamos.
— No. — negaste. — Yo no te prometí nada Tomás, simplemente te esperaba. — te vi bien, gracias a la luz de la luna pude notar lo cristalizados que se encontraban tus ojos. — Siento mucho lo que pasaste, pero no estoy dispuesta a lidiar con esto.
— ¿No quieres lidiar con nosotros? — reíste.
— Ya no hay un nosotros... nunca lo hubo.
— Deja de mentirte Ana, ¡por Dios!, ¿cuantas veces tendré que decirte que no me interesa lo que hagas?, te amo, aún lo hago. — Entonces, aquella lágrima rodar en tu mejilla, me dió a entender que nuevamente te mentías a ti misma. — Y sé que fui un pelotudo por no buscarte, pero no merecías esa versión mía.
— Bien sabes que yo te apoyaría en lo que fuera. — sollozaste.
Ambos nos quedamos en silencio, viéndonos el uno al otro, como si el silencio nos diera una respuesta de todo este lío. Sin más, después de unos segundos, hice lo que todo este tiempo había fantaseado hacer.
Te abracé, envolviendo tus huesos con mis brazos y llenándome una vez más de tu perfume, te abracé cortando la distancia y dejando mis miedos de lado; si me dejabas, al menos ya había sentido tu calor por una última vez.
— Perdóname Anastacia. — dije sin más, soltando un poco mi agarre y topándome con tus ojos color miel que tanto amo.
Sonreíste al verme, y al tomar mi rostro con tus frías manos, me besaste. Había fantaseado tanto con esto que con deseo, te respondí aquel beso.
— Te extrañé tanto Tomás. — terminaste el beso con aquellas palabras que fueron música para mis oídos. — No vuelvas a irte, por favor. — negué y nuevamente te besé.
No te dejaría otra vez, te pondré en mi camino porque una vez más compruebo, que sos mi única brújula en este desierto de emociones.