Capítulo treinta: el segundo despertar.

112 12 1
                                    

Para el día siguiente desperté menos desorientada que la última vez, incluso con un poco más de energías.

Mis padres me trajeron desayuno, y almuerzo respectivamente.

Por la tarde después del colegio Juliet vino a ponerme al tanto de todo lo sucedido afuera, y de los trabajos que enviaron aunque claramente no iba a hacerlos aún.

Todos me hablaban de un montón de cosas, pero nadie me daba noticias de Luka. Y las veces que pregunté siempre recibí la misma simple y vacía respuesta, que aún no despertaba.

¿Por qué no lo hacía?

¿Por qué no abría sus hermosos orbes esmeralda?

Solo quería verlo, estar con él, pero aún no me dejaban salir de la habitación.

Transcurrieron dos semanas, dos interminables semanas, en las que no me dejaban verlo. Según todos, por mi bien.

Creo que temen de mi reacción al verlo allí tendido sin articular palabra ni mover ni un músculo.

Y no digo que no vaya a ser duro para mí verlo así, pero hacerlo o no debería ser mi decisión.

******

Me dieron de alta pronto, pero aún así, estoy cada día en el hospital, esperando. Me asfixia pensar que él pueda despertar y yo no esté ahí, sé que él me necesitará en cuanto lo haga. Por ello no me doy el lujo de estar mucho tiempo fuera de esta clínica.

He pasado cada momento a un lado de la camilla de hospital, sosteniendo su mano y murmurándole cuánto lo amo, rogándole que despierte pronto. Escasos son los momentos donde no estoy con él, como ahora, que me encuentro tomando un café con Juliet, mientras los médicos le hacen las observaciones rutinarias a mi chico.

Pasos resuenan por el pasillo, haciéndome levantar la mirada para toparme con el simpático doctor que ya conozco bien. Mi amiga a mi lado, que se ha venido a acompañarme en cuanto salió de clases, detiene su parloteo al cual sinceramente no estaba presentando atención, aunque lo intentaba.

Él nos ofrece su característica sonrisa, tan contagiosa que es imposible no regresársela.

—Tengo buenas noticias —anuncia. De inmediato me incorporo mejor en la fría silla de metal, a la expectativa de lo que pueda decir, rogando que sea lo que quiero escuchar.

—Ha despertado —informa. Cubro mi boca con una de mis manos, antes de soltar una especie de sollozo en medio de una sonrisa.

Sus palabras se repiten en mi mente como un eco. Fijo mi vista en la nada, procesándolo y asegurándome de que no escuché mal.

He anhelado tanto escuchar esa frase estos últimos días, que simplemente se siente irreal.

—¿Puedo verlo? Dígame que puedo verlo, por favor —ruego.

—Sí, puedes hacerlo. De hecho he venido aquí precisamente por eso. Además de avisarte, claro. Él no quiere ver a nadie que no seas tú, desde que despertó ha estado preguntando por ti, al principio bastante alterado, en cuanto logró calmarse se negó a recibir una visita que no fuese la tuya —relata, con aire jocoso tal vez para aligerar.

No sé en que momento me enamoré de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora