Intermedio: Protagonista

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Desde varios puntos de vista, esta podría haber sido la historia de Adasviel.

Él desde luego la sentía como tal. Era un hombre muy convencido de estar protagonizando su propia historia y muy pocas veces la vida le había quitado razón en ello. Había pasado el Umbral sin perder la cabeza, había ascendido como una flecha entre sus compañeros durante su aprendizaje como alquimista, y a la tempranísima edad de 23 años (tan solo seis años después de llegar a la Torre ) había conseguido su puesto como aprendiz de Datreus. Era una estrella, un elegido.

Sabiendo esto, y sabiendo el poder que le otorgaba, mientras iba de camino a su habitación después de desayunar, tomó de la muñeca a un homúnculo que caminaba por un costado del pasillo, probablemente dirigiéndose a los almacenes o las cocinas. Su túnica blanca delataba que no era el homúnculo personal de nadie y sus funciones eran de mantenimiento y servicio, por lo tanto cualquier alquimista podía disponer de él. Era particularmente bonito (una melena blanca hasta la cintura y una piel rosada y suave) por lo que Adasviel no dudó en desviarlo de su tarea y llevarlo a su cuarto. La criatura apenas abrió los ojos de sorpresa cuando lo sujetó, y lo siguió mansamente, para satisfacción del aprendiz.

Un par de horas más tarde, el homúnculo salió del cuarto del joven y retomó sus quehaceres con la acostumbrada diligencia que los caracterizaba. Apenas se le notaba la leve cojera que el encuentro le había provocado. Adasviel, satisfecho y adormilado aún sobre la cama lo vio salir por la puerta con su paso silencioso, y se sonrió. Así debía ser un homúnculo. Discreto, obediente hasta la estupidez y complaciente en todos sus gestos.

No veía el momento de tener uno propio. Se sonrió imaginando cómo sería aquella hipotética criatura. Sería bella, desde luego, muy bella. Tan perfectamente obediente que actuaría como una extensión de sí mismo, consciente de cada necesidad y deseo, y siempre desviviéndose por cumplirlos.

Sin embargo en cuanto cerró los ojos para recrear los rasgos de su futuro homúnculo los volvió a abrir, frunciendo el ceño molesto. Ofuscado se levantó de la cama y se vistió a toda prisa con movimientos secos y violentos. La imagen que había aparecido en la mente de Adasviel había sido suficiente para hacerlo enfurecer: Se trataba del homúnculo de su maestro, Tiza.

Quizás era porque había tenido que permanecer mucho tiempo junto a él ese día que se filtraba de ese modo en sus fantasías. Eso debía ser. No había otra razón para que aquella criatura odiosa apareciese en su ensoñación. Se lavó la cara agitado y turbado a partes iguales y se apoyó en el pequeño lavamanos de su sencilla habitación algo aturdido. Ahora que había pensado en él, no podía dejar de hacerlo, y se sentía enfermo por ello.

Si fuera sincero consigo mismo (cosa que Adasviel, por lo demás, nunca era) tendría que admitir que no había un motivo razonable para odiar de ese modo a Tiza más que la propia fascinación ejercía sobre él. Tiza no era muy diferente del homúnculo que hace unas horas había arrastrado a su cama. Era diminuto, bello, obediente y silencioso. Podría pensar que era por lo fuera de su alcance que estaba, por como no podía ejercer su poder de elegido y estrella en ascenso sobre él ... Pero había algo más.

Era el mismo sentimiento que había tenido con catorce años, en la escuela, hacia uno de sus compañeros.

Se trataba de un chico de rostro pálido y adornado de pecas, y el pelo castaño y ensortijado. Se llamaba Roldán, lo recordaba bien. Adasviel era más atractivo, más fuerte, sus compañeros de clase y profesores le hacían más caso, y sacaba mejores notas. Roldán, en cambio, salvo por su dulzura contemplativa, no tenía ninguna cualidad especial. De hecho, quizás por su tamaño menudo o por su talante solitario y tímido, no pocos compañeros de clase se metían con él. Y sin embargo ahí estaba esa mirada ausente, limpia; y tan descarada. Cada vez que Roldán lo miraba Adasviel sentía que era minúsculo e irrelevante, como una mancha de humedad en la pared, o un hierbajo en el costado del camino. Apenas parte del entorno. Quería que Roldán lo mirara, que fijara en él sus pupilas negras como lo hacían todas las personas a su alrededor.

Camino de TizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora