Capítulo X: Bello y valioso

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Adso no se equivocó.

Pocos días después de la discusión con Mancha, este volvió a aparecer en la biblioteca. Tenía la cabeza gacha, y evitaba mirar, o incluso dirigirse, al alquimista de forma directa si podía. Al notar esto, Tiza le lanzó una mirada alarmada a Adso, pero este se limitó a encogerse de hombros, esbozando una sonrisa perezosa, como si creyera que era mejor así. Pero incluso con ese contratiempo trabajaron bien juntos, Los tres sabían que era de suma importancia lograr su objetivo y, poco a poco, se enfrentaron a la titánica tarea de revisar todo el material que Antar y Compás habían dejado a su disposición.

Fueron días pesados, agotadores, en los que Tiza apenas durmió. Se pasaba cada momento que tenía libre rastreando pistas, tanto en el diario de Antar como en las notas al margen que había escrito y los libros mismos donde las escribió. Cada vez que creían tener una idea de cómo realizar algún paso de su estrategia, aparecía un nuevo obstáculo, otro problema al que dar solución. Sin embargo, día tras día y noche en vela tras noche en vela, dieron forma a algo parecido a un plan.

También habló mucho con Calíope. Mientras preparaban su escape, tenía que idear otra estrategia más para lidiar con el maestro Datreus y Adasviel. Necesitaba ganar tiempo para tener todo listo antes de que el anciano perdiera la paciencia.

Al inicio, Tiza volvió a insistirle a la niña para que le mostrase la poiesis (1) o lo que fuera aquello que llamaba don. Si podían entretener a su amo investigando la misteriosa habilidad, retrasando el inicio de experimentos más crueles, se hubiera quitado una preocupación de encima. Pero Calíope no quiso, y la niña era mucho más testaruda que él.

—No puedo. No puedo enseñarlo a ningún extraño. Lo prometí.

—¿Y a mi? Podría ir entregándole estudios y ...

—Pero, ¿no te dijeron que te ganaras mi confianza para que te lo mostrara?

—Sí, pero esto es diferente. No te lo estoy pidiendo por eso y lo sabes.

—No importa —insistió ella, molesta. —No lo mostraré, ni siquiera a ti. No hasta que escapemos.

Tras esa conversación, Tiza decidió no pedírselo más. Intentó entonces, por todos los medios, darle largas al maestro Datreus, decidido a concentrarse en lo más importante, la fuga. Si todo salía bien, Calíope estaría a salvo, y ya no importaría si era capaz de realizar la poiesis o no.

Tiza se volvió un experto en dar evasivas y un mentiroso competente. Se dio cuenta, asombrado, de lo fácil que era mentir una vez uno comenzaba a hacerlo, y del poco miedo que le daba ya hacerlo. Casi como una respuesta automática, tenía una falsedad acechando bajo la lengua para responder a cualquier pregunta. Quizás Compäs también era así; mintiendo constantemente, casi como si esa fuera la única manera de comunicarse con su amo.

Fue así como las conversaciones con Calíope cambiaron. Hablaban sobre todo del mundo, de las cosas que él no conocía y la niña sí. También aprendió mucho sobre ella, Calíope no quería mostrarle su "don" pero sí parecía más abierta a hablarle de su vida antes de la Torre. Aprendió que era buena cazadora, que todas las mañanas realizaba una rutina de ejercicios, practicados por todos los niños aeda, que sabía nadar y montar a caballo, y que podía distinguir los puntos cardinales mirando las estrellas. También supo lo sola que se sintió cuando, a los 7 años, descubrió que era una musa.

—Mi gyagya ya no me dejaba hacer nada, ni siquiera quería que fuera a cazar con el resto de niñas, pero Ceice la convenció de que no podía prohibirle cazar a una chica —le contó con un mohín disgustado. —Me hubiera muerto de aburrimiento.

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⏰ Última actualización: Jan 27, 2023 ⏰

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