El calvario de la contienda

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El mundo de Klehka llevaba décadas sumido en una guerra. Con gran esfuerzo algunos aún recordaban aquellos lejanos momentos en que las enemistades eran puntuales, individuales y que no iban más allá de pequeños desprecios. Las fronteras se izaron un mal día y todas las criaturas mágicas estaban enfrentadas desde que la primera de las líneas se trazó. La mayoría de ciudadanos no comprendía el motivo de tan cruentas hostilidades y procuraban sobrevivir. Había quienes se esforzaban por no acudir a la primera línea, por fingir que estaban de acuerdo con todo por miedo a las represalias del propio bando al que pertenecían de manera forzosa. Otros tantos eran de la opinión de quienes dirigían el cotarro, de esos líderes con grandes ambiciones para si y los suyos.

A los centauros, sirenas, licántropos, minotauros, elfos, demonios, hadas, duendes y ángeles apenas les quedaba territorio. Estaban tan arrinconados y habían sufrido tantas bajas mortales que solamente una alianza sólida podría suponer que continuasen en pie, luchando contra los enemigos comunes más poderosos. Ese genocidio sin precedentes llevado a cabo por ninfas y brujas era peor que cualquier pesadilla soñada o desvelada por los oráculos.

Los dos grandes bandos opresores tenían los mayores ejércitos con una preparación sin igual. Ambos contaban con una formación que consistía, como no podía ser de otra manera, en adoctrinar a aquellas que entrasen a sus filas como voluntarias o reclutadas por el potencial que se percibiese en ellas. Las ancianas y los hombres se quedaban en casa o tenían otras labores más centradas en la asistencia, en complacer, en curar o alimentar.

El número de rehenes a uno y otro lado no dejaba de crecer. La moneda de pago solicitada a cambio de su liberación no se obtenía, los acuerdos no tenían lugar porque ni ellos mismos valoraban las vidas de aquellos que no les acompañaban y que estaban en sucias cuadras, en cuevas deprimentes o amarrados a postes.

Una noche hubo un gran caos repentino. En el centro neurálgico del territorio controlado por ninfas, así como en el de las brujas, justo dentro de los palacios donde habitan las altas esferas, hubo incendios provocados. La protección era tan elevada que nada más alguien que estuviera dentro y llevase años mezclado entre ellos conocería los puntos débiles, horarios y accesos. Buscar posibles culpables, pensar en quiénes serían los espías, estaba en un segundo plano una vez que consiguieron apagar las llamas y descubrieron que, durante el desconcierto, habían sido secuestradas la hija de la reina de las ninfas y la esposa de la Primera ministra de las brujas.

Las prisas por reclamarlas, por ofrecer a cambio cosas, provocaron que desde la Diplomacia se regresara, tras varias charlas, con la propuesta de volver a convocar, como antaño La noche del Concilio de los ocultos. Como dictan las sagradas escrituras, los líderes de cada nación, así como el resto de los más altos cargos y sus manos derechas debían acudir a la reunión para tratar de conseguir lo mejor para la mayoría.

En la puerta de la entrada al palacio subterráneo de hielo donde se celebraría la reunión, aguardaban Sil y Greiph, las cabecillas del cuerpo de diplomacia que se habían prestado a dejar pasar a los asistentes y controlar que nadie fuera a tratar de aprovechar la ocasión para apuñalar a traición a ninguno de los invitados. Eran, por así decirlo, las moderadoras y mujeres responsables de lo que fuera a tener lugar en el interior de ese emplazamiento divino que tenía su talón de Aquiles.

Puesto que las guardas eran capaces de escuchar lo que ocurría en el interior y habían sido ellas quienes habían planeado tanto la revuelta en sus territorios como el que se diera paso a esa reunión en busca de la prosperidad, se percataron de que a lo máximo que se aspiraría es a que justo sus facciones se repartieran el mundo, terminando de arrasar y aplastar al resto de criaturas, llevándolas a la extinción. El acuerdo era imposible, así que obraron como vieron justo: un mal menor por un bien mayor. Puesto que había al menos un representante de cada pueblo en el palacio subterráneo de hielo y ellas, que desde antes de la guerra habían sido amigas íntimas que se las habían ingeniado para confabular juntas en busca de la prosperidad, unieron sus fuerzas, recitaron un hechizo y sellaron la gruta justo antes de provocar que se derrumbara sobre sus visitantes, acabando con sus vidas, con las de esos dirigentes déspotas que hubieran destrozado por completo toda Klehka para conquistarla, para ser mandamases de una única nación sumida en el terror.

Tendrían paz, pero a qué precio. La tortura de su mente sería la de esa sangre con que se habían manchado las manos durante esos años que les costó urdir su plan para finalizar con el periodo más oscuro de sus vidas. Solo restaba reconstruirlo todo, devolver la confianza y desarrollar una nueva política en la que todos tuvieran cabida, sin importar su raza o clase social.

Hatillo de sábana bajera #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora