...
Un jueves, como cualquier otro, un 22 de marzo, el despertador me devolvió a la consciencia y me levanté. Subí la persiana, mire la calle, la misma calle, con la misma niebla y el mismo cielo gris que llevaba viendo toda la semana. Pensé que ese día tampoco veríamos el sol, ya lo echaba de menos.
Mis padres seguían en la cama. Como todos los días abrí el armario, cogí la primera camiseta que vi, me metí en mis vaqueros, en esos que había ido a comprar con mi madre hacía un par de días, me gustaba esa sensación rígida y dura de los vaqueros nuevos, la ropa con el olor a estantería de tienda, a etiqueta recién quitada y el tacto del tejido que aún no se ha lavado.
Corrí al baño, mi contrarreloj diaria acababa de empezar, me peiné, me maquillé, perdí el tiempo justo en calentarme un vaso de leche y bebérmelo sin siquiera sentarme, mientras volvía a mirar por la ventana con la falsa esperanza de encontrar algún claro entre las nubes.
Ese día no habría sol tampoco, y aquella esperanza se desvaneció completamente con las primeras gotas de lluvia que resbalaron por el cristal antes de que la cortina volviera a esconderlo.Mientras tanto repasaba mentalmente para no olvidar nada, las llaves de casa, mis padres estarían trabajando cuando yo regresara, todos los libros y cuadernos necesarios, algo de dinero por sí me hacía falta, la libretilla donde apuntaba todo aquello que me resultaba sugerente o las ideas que se iban ocurriendo, o el teléfono de una nueva amiga o cualquier otra cosa que me pareciera interesante. Y, por supuesto, me aseguré de no olvidarme de los deberes que debía presentar ese día. Me puse el abrigo, me colgué la mochila - parecía pesar más día tras día - y salí de casa, dispuesta, como cada día, a esa misma hora, bajo esa misma niebla, para ir al mismo instituto.
...Abrí la puerta, como cada jueves tenía que dar clase de Alemán en 4°H, un grupo con una veintena de adolescentes alocados y simpáticos que no ponían demasiado interés en mi asignatura, aunque me caían bien. Solían ser puntuales, casi todos.
Les di los buenos días, me senté y, cuando me disponía a pasar lista se abrió la puerta de clase, no podía ser otra, la misma que casi nunca llegaba a tiempo, pero que tampoco llegaba demasiado tarde, Sabrina no era de mis mejores alumnas, pero iba aprobando la asignatura, una muchacha tímida y sonriente, de risa fácil y palabras medidas, parecía que siempre tuviera prisa, que siempre tuviera muchas cosas por hacer, y sin embargo transmitía una serenidad mucho más adulta de lo que sus quince años recién cumplidos podían invitar a pensar.
Pidió permiso para entrar, y se lo di, no sin reprenderla, no me gusta que mis alumnos lleguen tarde a clase, y menos que sea de forma reiterada. Pasó ligera entre las mesas. Antes de llegar a su sitio en la penúltima fila ya se había quitado el abrigo, se dejó caer en su silla al mismo tiempo que sacaba el libro y respiraba hondo. Me caía bien, en cierto modo no dejaba de recordarme a mí misma a su edad, con el pelo suelto, peleándose siempre entre mantenerse liso y encresparse, la piel clara y sus ojos oscuros, sus andares ligeros y su silueta delgada, ese día vestía unos vaqueros que parecían nuevos y que le sentaban muy bien.
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Un adiós a través de la oscuridad
Mysterie / ThrillerUna chica desaparece en extrañas circunstancias. Nadie sabe nada de ella. ¿Dónde estará? ¿Seguirá viva? Sus padres, amigos, y terceras personas, aparecerán y se verán involucrados en su búsqueda. ¿Encontrarán algún indicio de su paradero?