PREFACIO
"Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas".
—Mario Benedetti.
Perdida. Desorientada. Y, sobre todo, sola. O al menos, eso creía...
Despertó de golpe, con el murmullo de la oscuridad sobre su piel. Apenas abrió los ojos, lo primero que vio fueron un par de estrellas, el resto era un bosque sumido en la noche. Sus ojos recorrieron el lugar y se adaptaron a la falta de luz.
Se levantó despacio; sintió un dolor agudo que le recorrió la columna vertebral y que se abría paso hasta sus extremidades y pasaba por cada una de sus terminaciones nerviosas. Incluso, el roce del aire sobre la piel parecía rasparle como una lija. Aun así, la muchacha se incorporó tragándose el dolor hasta quedar sentada.
En la penumbra, observó su cuerpo: sus brazos, sus piernas y, probablemente también su rostro, estaban al rojo vivo; hasta el más mínimo toque de su piel contra otra superficie le causaba un dolor indescriptible. Al ver con más detenimiento, descubrió las múltiples heridas y ampollas que presentaba su anatomía, irritada y cubierta de algo que reconoció como ceniza. A su alrededor, vio más del mismo polvo negro. Descubrió, también, trozos de tela quemada de lo que solía ser un vestido y que ahora apenas si alcanzaban a cubrirla. Tocó los bordes del material solo para comprobar que este casi se deshacía entre sus dedos.
Con un grito ahogado, se levantó sobre sus pies descalzos, intentando ayudarse de las ramas que había cerca de ella. La tarea casi la dejó sin aliento, pues sentía como si hubiese intentado mover un bloque de concreto en lugar de su propio cuerpo. Alzó la cabeza y, de pronto, sintió un peso caer sobre su cuello, donde notó una fina cadena y un guardapelo de plata del cual ni siquiera se había percatado.
Avanzó unos pocos pasos, apoyada en la áspera corteza de los árboles chamuscados a su alrededor. Estaba perdida, tanto en el sitio físico como en su propia mente. Apenas si podía recordar su nombre —no, ni siquiera eso—, por no hablar de su edad, el dónde vivía o el color de sus ojos. Mucho menos su familia. Si es que aún tenía una... Ese pensamiento la entristeció, ya que tampoco lo recordaba.
Sin recuerdos, lo único que habitaba en ella era la oscuridad y la vaga sensación de que no estaba sola, de que, sin saber cómo ni por qué, había alguien más con ella en el bosque esa noche.
La recorrió un escalofrío de pies a cabeza; el frío estaba incrementando y... ¿llovía?, pero la bruma en su mente impedía que su subconsciente lo notara. Sintió un roce extraño en los hombros y parte de su espalda; no tardó demasiado en darse cuenta de que eran las puntas de su chamuscado y oscuro cabello.
Su confusión estaba llegando al límite: allí, apoyada contra el tronco de un árbol para no caer, se obligó a sí misma a seguir avanzando, ya que no tenía sentido intentar recordar nada si ni siquiera sabía dónde estaba.
Las ramas en el suelo crujían rotas a su paso tambaleante, mientras que pequeñas partículas de polvo y cenizas se iban levantando. Poco a poco, la oscuridad se fue disipando y el bosque se abrió. Cada vez más estrellas se hacían visibles.
A lo lejos, pudo distinguir las pocas luces de lo que supuso sería una ciudad... y no se equivocaba.
Al llegar a la carretera, todo estaba desierto, casi abandonado, tal y como ella se sentía en ese momento. La chica apenas fue consciente de cuándo las primeras lágrimas comenzaron a caer, dejando húmedos caminos en sus mejillas manchadas de ceniza. De la nada, imágenes —memorias, supuso ella— comenzaron a volver a su cabeza, pero eran tan vagas que tuvo que esforzarse para retener algo. Se sentía como si estuviera intentando recordar un sueño: sabía que estaba ahí y sabía que podía «verlo», pero no podía explicarlo ni mucho menos entenderlo.
Cuando estaba a punto de darse por vencida y todas las imágenes se desvanecieron como si nunca hubiesen estado ahí, algo permaneció: una frase, una simple palabra susurrada por una voz desconocida. La vio con tanta claridad en su cerebro que fue como si la tuviese escrita justo delante de ella:
«Incandescente».
Y partimoooos!!!! Estoy demasiado emocionada de POR FIN compartir esta historia con el mundo, llevaba muchísimo tiempo guardándomela. Incandescente fue la primera historia que se me ocurrió, en ese momento tenía trece años, pero para entonces se me era difícil escribir esta trama, creo que no tenía las herramientas necesarias.
Vine a retomarla (y terminarla) después de escribir A través de las sombras, mi primero libro, a los 17 años, así que comprenderán que AMO que haya llegado el día en que puedan leerla.
Quiero que disfruten de esta historia tanto como yo me la imaginaba, así que por eso les iré compartiendo fotos que me han inspirado. Lo que más me ENCANTA de esta historia es la ✨estética✨ así que espero que les guste 💖
¿Qué les pareció el prólogo? ¿Tienen alguna teoría de lo que pudo haber pasado? ¡Los leo!
No olviden dejar su voto y comentario.
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Incandescente © Trilogía Incandescente I
أدب المراهقين«Era parte del fuego y él era parte de ella. Así se había sentido toda su vida: no como el fuego que quema, que destruye, sino como el que brinda luz y calor, el que otorga vida». Cuando Lianne, una chica de quince años, despierta de la nada en un b...