2. Fragmentos

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Are you happy - SHY Martin

La suave y dulce melodía de las notas tocadas al piano la despertaron de su segundo día en el orfanato

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La suave y dulce melodía de las notas tocadas al piano la despertaron de su segundo día en el orfanato. Abrió los ojos y luego los entrecerró al notar la luz de la mañana que entraba a raudales en la habitación. Con el cansancio de la noche anterior, recordó que había olvidado cerrar las cortinas. Lianne dudaba que volviera a dormirse; no solo por el hecho de que ya estaba despierta, sino porque cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del bosque la abrumaban. Se levantó y, sin importarle estar aún en pijama, salió de la habitación.

La melodía se escuchaba más intensa en el pasillo, al menos lo suficiente como para suponer que venía del piso de arriba, así que subió las escaleras con cuidado, en un intento que crujieran lo menos posible bajo su peso: sabía que era bastante temprano y no quería despertar a toda la casa.

Al llegar al tercer piso, se encontró con varias puertas abiertas. Con curiosidad, husmeó dentro de ellas. Descubrió en el interior de cada cuarto camarotes y armarios vacíos. Lianne supuso que alguna vez estuvieron ocupados por más chicas como ella: confundidas, huérfanas; la palabra le sonó extraña, así que intentó no darle vueltas. Era demasiado temprano para pensar en cosas deprimentes.

Avanzó hacia el final del corredor hasta que se topó con la única puerta que no estaba abierta de par en par, sino entrecerrada, como si quisiera ocultar algo, pero no lo suficiente: de ahí provenía la música. Mientras más se acercaba, más nítido era el sonido.

«Me encanta esta canción», pensó Lianne, sin darse cuenta de que ese era el primer indicio que tenía de su vida antes de la última semana. Sin hacer ruido, pasó los dedos para tocar la textura de la puerta, y sintió la leve vibración de la música. Entonces asomó la cabeza y miró el interior: no sabía con exactitud qué era lo que esperaba, sin embargo, en definitiva no esperaba encontrarse con una habitación llena de cajas viejas y polvorientas, donde lo único que parecía estar limpio era el lustroso y pequeño teclado eléctrico por el que los dedos de una chica se deslizaban con gracilidad.

Olivia se veía fuera de lugar en esa habitación: el cabello, tan negro como el carbón, le caía en bellas ondas por la espalda y se movía cada vez que ella se inclinaba hacia el piano en un gesto de pura emocionalidad. Un cálido rayo de sol matutino entraba por una ventana que estaba cerca del techo y golpeaba directo al instrumento. Si Lianne solo se concentraba en el resplandor del piano, los dedos de Olivia y el precioso sonido que estaban creando, se le hacía difícil —en verdad, difícil— encajar esa imagen con las partículas de polvo que flotaban en el ambiente, con el potente olor a humedad y con el desorden de las cajas acumuladas junto a las paredes.

De pronto, la música de Olivia se interrumpió.

—¡Lianne! —exclamó con sorpresa.

—¡Lo siento! —se disculpó—. No quise asustarte. Tocas muy bien —dijo e hizo un gesto con la cabeza hacia el piano.

Incandescente © Trilogía Incandescente IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora