Ƹ̴Ӂ̴Ʒ ▌ ──── Y ahí estaba ella, moviéndose con una gracia sublime, luciendo elegante y calmada mientras sostiene su peso en la punta de sus pies, para después dar un par de giros de forma tan natural, como una mariposa que salta de flor en flor...
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[ 01 de Enero de 1986 ]
Entre un grupo de personas vestidas de un sombrío color negro, una pequeña niña de vestido blanco permanecía en silencio. Tomada con fuerza de la mano de su padre, Lyra derramaba pequeñas lágrimas mientras dejaba una flor blanca sobre el ataúd frente a ella.
Los murmullos y suspiros a su alrededor se desvanecían entre la nieve, y ella apenas escuchaba nada. Su mente estaba perdida, atrapada entre el desconcierto y la tristeza. ¿Cómo podía alguien ser tan feliz por la mañana y sentirse tan desdichado al final del día?
Sintió una cálida mano entrelazarse con la suya. Alzó la mirada y vio a su amiga Luna, quien le ofrecía una sonrisa llena de ternura. Lyra apenas pudo corresponderle; se sentía vacía, agotada... como si la tristeza la hubiera envuelto por completo.
El funeral transcurrió sin incidentes. Más tarde, la casa se llenó de desconocidos que ofrecían condolencias. Lyra se había refugiado en un rincón de su habitación junto a Luna y la madre de esta. La niña permanecía callada, inmóvil, como si su cuerpo estuviera ahí, pero su mente no.
—Luna —murmuró Lyra en voz baja—, ¿crees que mi madre sea un ángel ahora?
—No lo sé... pero creo que sí —respondió su amiga con dulzura, recostándose a su lado y cubriéndose con una manta—. Mi mamá dice que todas las personas buenas se convierten en ángeles.
Lyra asintió sin decir nada más. No supo en qué momento se quedó dormida.
Cuando despertó, la habitación estaba a oscuras. Luna ya no estaba y la casa parecía silenciosa. Tenía los ojos hinchados y la garganta seca. Bajó las escaleras con cautela, temerosa de encontrarse con extraños, pero la casa estaba vacía.
Recorrió lentamente la sala, observando las tazas y platos dispersos. Se detuvo frente al retrato de su madre y sintió un nudo en la garganta. Cerró los ojos intentando recordar su voz, su risa, sus abrazos. No quería llorar más, porque le dolían los ojos.
—¿Qué harás ahora, Severus? —escuchó la voz de una mujer desde la cocina.
Lyra se detuvo. Reconoció el nombre de su padre.
—Aún no lo sé —respondió él con tono cansado—. Por ahora lo único que me importa es el bienestar de Lyra.
No sabía con quién hablaba. Su padre casi nunca recibía visitas. Cuando la puerta chirrió al intentar abrirla, la mirada oscura de su padre se cruzó con la suya. Ella huyó de inmediato, avergonzada.
Salió al patio trasero, donde la nieve cubría la hierba. Allí, una flor blanca asomaba tímidamente entre el hielo. Lyra se sentó en el suelo, abrazándose las rodillas. Sentía que, de alguna forma, todo había sido su culpa.