Inicios: Circe

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Eea, 1868

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Eea, 1868

      AIDAN tosió mientras se arrastraba por la orilla con las pocas fuerzas que sus extremidades tenían.

Su cuerpo no daba para más, esa era la quinta vez que la diosa ganaba consciencia, pero las demás veces ella despertaba bajo el mar, sus pulmones llenándose nuevamente de agua y provocando que ella cayera inconsciente, su mente rezando para que esa fuera la última vez que despertaba. La diosa se había sentido algo confundida cuando despertó y recibió una caricia cálida del sol en su cara, y vio, con ojos cansados y ardiendo, que había una orilla no tan lejos de donde ella estaba. Aidan nadó tan rápido y tan fuerte como pudo, ayudándose del impulso de las olas para llegar un poco más rápido y así exigirle menos fuerza a su cuerpo, pero con cuidado para que estas no la llevaran más lejos de la orilla o que volvieran a llevarla a las profundidades marinas.

Cuando por fin sintió que había llegado a un lugar en donde el agua no podría tocarla, se acostó boca arriba, su respiración agitada y su corazón latiendo con tanta fuerza que era capaz de sentirlo en sus oídos. Todo su cuerpo ardía de dolor y su espalda se quejaba por el calor de la arena y el roce que esta provocaba en sus heridas, pero Aidan estaba tan agotada que el mero pensamiento de levantarse y buscar un lugar más cómodo hacia que su cuerpo se estremeciera. Ella se dio cuenta luego de unos segundos que el estremecimiento no era por el agotamiento, sino debido al frío. Sus dientes comenzaron a castañear con fuerza y su cabello mojado se pegaba a todos lados de su cuerpo, no mejorando la situación ya que este estaba empapado.

Sus parpados empezaron a sentirse poco a poco más pesados, y, sin ella darse cuenta, perdió la consciencia. Mientras su cuerpo se recuperaba a paso lento de la dura batalla que había enfrentado contra el agua y el ahogamiento, la única habitante de la isla observaba a la desmayada recién llegada de lejos con cautelosa curiosidad, sintiendo de inmediato el poder que la diosa de cabello castaño poseía, incluso cuando este no estaba al máximo.

      CUANDO la diosa despertó de nuevo, unas náuseas tremendas abarcaron cada sensación de su cuerpo, así que levantó su torso y vomitó

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      CUANDO la diosa despertó de nuevo, unas náuseas tremendas abarcaron cada sensación de su cuerpo, así que levantó su torso y vomitó. Lo único que su estómago expulsó fue bilis, y esta hizo que su garganta ardiera aún más de lo que ya lo hacía. Su nariz se sentía extraña y tenía un dolor punzante en el abdomen, la diosa asumió que el primero era por la cantidad de agua que había entrado por su nariz y que el segundo dolor era por algún golpe contra alguna roca en el océano.

AidanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora