Capitulo 26

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Cleopatra

— ¿Adonde vas? — Le preguntó Cameron cuando la sintió levantarse de la cama — Es tarde, de madrugada de hecho —

Cleopatra parpadeo varias veces para alejar el sueño y poder enfocar su mirada en el envuelto de sábanas en la frondosa cama, su fina pijama apenas la cubre del frío, así que camino para cerrar la ventana y recorrer las cortinas que el extraño aire había abierto; antes (Hace muchos muchos siglos) habría mandado a una esclava para algo tan mundano, pero sea acostumbrado a hacerlo, así que tomó un pesado abrigo y se acercó a la cama para besar a ese hombre.

— No puedo dormir — Comentó en voz baja — Necesito ver a Olimpia, yo.... Solo necesito sentirme mamá una vez en mi vida, regresaré en un momento, lo prometo, sigue durmiendo —

Claro que quiere ver a su hija, pero algo la inquieta. Algo en la oscuridad de esta noche no le gusta, le aterra.

Rápidamente salió de la habitación encendiendo las luces del pasillo porque ya no está en el pasado como para sufrir por la oscuridad, ni siquiera tiene que quemarse con una antorcha, solo basta con prender la luz y su camino se iluminó hasta la habitación de su hija, giró lentamente la perilla y abrió la puerta con delicadeza, solo que al ver la cama vacía entró rápidamente en la habitación acercándose al baño.

Y ahí la vio, con la cama hecha un desastre como si una pesadilla la hubiera querido matar,  tiene las  ventanas abiertas por completo, con las ramas de los árboles golpeando los cristales y el frío helando la sangre, por eso se acercó y aseguró todo sin dejar de ver a su hija quien está de espalda su con su cabeza baja.

Su preocupación se esfumó, al verle ahí de pie en el baño, soltó un suspiro y levantó una pequeña fotografía que el viento tumbó.

— Por los dioses del desierto — Dijo en voz baja  — Que pequeña eras, la dulce hija de Afrodita ahora es toda una mujer ¿Recuerdas el día que nos tomamos esta fotografía Olimpia? —

Cuando nació era tan pequeña que podía sostenerla con una sola mano, siempre trato de criarla distante a ella como se criaba a los faraones en Egipto, no quería ser fría, pero entre menos amor hubiera entre ellas, menos sufriría su partida, porque no puede mentir, antes siempre buscaba la oportunidad de escapar de Londres y volver a su amado Egipto, por eso la mantenía dormida hasta en diferentes habitaciones, sin embargo, Olimpia siempre lloraba por las noches, desde que era una bebe hasta que comenzó su rebeldía en la adolescencia. Cameron trabajaba hasta tarde en el parlamento, los criados dormían, así que se levantaba y veía a esa bebé con rostro lloroso levantar sus manos hacía ella, podría haberla dejado llorar, pero una parte de su corazón se ablandó, por eso la recostaba sobre su pecho hasta que ambas se dormían, siempre juntas, la reina y su pequeña princesa.

No fue fácil, no fue echa para dar amor, pero se acostumbró a ella, a verla reír, correr y cometer ciertas tonterías, le gustaría haber sido más amable, pero su postura de reina no se lo permitía, en cierta ocasión harta del mundo decidió dejarlos, iba a olvidarse de ellos y vender su alma al diablo si con eso por fin podía regresar al pasado.

A su amado Egipto.

Junto sus cosas, espero a que Cameron se fuera y dejo a Olimpia jugando con sus muñecas, tomó su maleta y se fue de la casa, pero cuando estaba a punto de cruzar el umbral, su hija se aferró a sus piernas y le rogó que le contara un cuento, algo tan fácil para cualquier mamá haría, verla tan pequeña, con sus grandes ojos y con miedo a que la dejara, le partió el corazón y en ese momento supo que estaba tan enamorada de su hija como lo está de Egipto.

Jamás pudo irse de nuevo, no sin Olimpia.

— No recuerdo nada — Contestó secamente soltando un quejido de dolor — Mamá ayúdame —

Erase Una Vez Alejandría Donde viven las historias. Descúbrelo ahora