Capítulo 10

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Los siguientes días transcurrieron según un esquema similar con visitas matutinas a Ramón seguidas de salidas, acompañadas por Carlos, para el disfrute de Mía. Pasaron horas y horas en el Parque de Atracciones.

Un momento mágico para una niña, reconocía Anahí cuando cada noche Mía se quedaba dormida antes de que acabara la primera página del cuento.

Y sobre las noches... Intentar dormir en su propia habitación para acabar despertándose en la cama de Alfonso se convirtió en un ejercicio inútil. Reconoció que no era rival para su insoportablemente fastidioso marido.

Finalmente, accedió a meterse entre las sábanas de la cama de Alfonso al final de otro agotador día sólo para demostrarse que podía mantenerse acostada a distancia y... al final dormirse.

Sólo esperaba que él sufriera... al menos tanto como ella cuando se acercaba, cuando una mano se apoyaba en uno de sus pechos o en una cadera y se quedaba ahí, quieta.

¿La estaba poniendo a prueba? A lo mejor ella podía hacer lo mismo y ponerlo a prueba. Pero algo así podía ser arriesgado, ¿qué pasaba si él lo interpretaba como una autorización para practicar sexo? Entonces no sólo habría perdido la batalla, habría perdido la guerra.

Y eso no podía suceder.

El fin de semana llegó con la asistencia obligatoria de Alfonso a una gala en homenaje a los hijos predilectos de la ciudad. Sólo por invitación y de etiqueta. Anahí fue informada por Penélope, que había pasado a visitar a Mía, de que tenía que ponerse algo impresionante.

El mensaje era muy claro y llevó a Anahí al límite de sus nervios durante una expedición de compras de tienda en tienda hasta que compraron un vestido de Armani de seda color melocotón. Era extremadamente elegante y Anahí tuvo que reconocer lo acertado de la elección de Penélope. Unas sandalias y un bolso a juego se añadieron a la bolsa que Carlos llevó al coche.

Penélope estaba en su elemento haciendo de gran dama con las vendedoras.

—Joyería mínima —dijo la tía de Alfonso—. El vestido requiere pocas mejoras.

Tienes que llevar el pelo recogido. Un maquillaje que realce ojos y boca.

—Estoy de acuerdo.

—Pareces pálida —la miró con ojos penetrantes—. ¿No te deja dormir mi sobrino?

Un «sí» o un «no» serían ambas respuestas pésimas. La tía afiló la mirada.

—¿Estás embarazada?

—No —negó con contundencia.

—Deberías tener otro hijo —dijo Penélope sin tapujos—. Alfonso necesita un hijo para mantener el apellido Herrera.

En la cama de su maridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora