Capítulo 6

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ANAHÍ se despertó despacio, se estiró, buscó el reloj y dejó escapar un gemido de preocupación. Mía.

Saltó de la cama, se puso una bata y corrió a la habitación adyacente. Sintió que se le paraba el corazón al ver la cama de Mía perfectamente hecha y ni rastro de su hija. ¿Dónde...?

En ese momento, vio la nota que había encima de la almohada y corrió a leerla:

Mía está abajo con María.

Sintió que el pánico disminuía.

En diez minutos se duchó, se puso unos pantalones de vestir y una blusa informal, metió los pies en unas sandalias de tacón y bajó al comedor. Mía alborotaba alrededor de la benevolente María.

—Alfonso dijo que no la despertáramos —dijo el ama de llaves mientras echaba café en una taza, le ofrecía un enorme abanico de posibilidades para desayunar y torcía levemente el gesto al ver que Anahí sólo quería fruta y yogur.

—Es media mañana —dijo Anahí con una sonrisa—. Mi reloj biológico necesita tiempo para ajustarse.

—Alfonso ha dicho que podemos ir a un parque después de comer —dijo Mía mientras Anahí se sentaba a la mesa.

—¡Qué bien! —¿qué otra cosa podía decir?

Cualquier posibilidad de que Alfonso desapareciera todos los días en su despacho de la ciudad parecía descartada. Así que no iban a tener ninguna libertad. Podían olvidarse de ir a un parque temático como turistas normales. Nada de salir de compras sin pensarlo antes.

Estaban en Madrid. Allí ella tenía relación con la familia Herrera, y eso suponía guardaespaldas en cuanto salieran de la seguridad de la casa.

Ya no le había gustado antes, y mucho menos en ese momento. Además, estaba Mía, que no tenía ni idea de su auténtica identidad... aún. Una niña vulnerable que no había sido preparada para que siempre estuviera al tanto de posibles peligros, ni para que obedeciera ciegamente a las personas que se ocupaban de su seguridad, ni le habían enseñado las más básicas técnicas de supervivencia. Era una carga demasiado pesada para una niña tan pequeña, además de cosas que no se aprendían deprisa.

Odiaba admitir que Alfonso había acertado al llevarlas a su casa. Podría aprovechar esas tres semanas como un curso de adiestramiento.

No tenía sentido seguir lamentando que el destino hubiera hecho que Alejandro y Luisa hubieran sabido de la existencia de Mía. La vida estaba llena de coincidencias, algunas casi improbables... y tenía que asumirlo.

Anahí se terminó el desayuno y tendió una mano a su hija.

—¿Vamos a explorar?

Primero la casa, después la finca... con Carlos siempre a una distancia razonable cuando salieron fuera de la casa. El recinto estaba rodeado de muros, puertas electrónicas y sofisticados sistemas de seguridad.

En la cama de su maridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora