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Otra noche sin poder dormir.

Creo que mi cuerpo comienza a acostumbrarse porque ya ni siquiera me siento somnoliento cuando llega la noche. O quizás, es mi cabeza la que hace demasiado ruido como para permitirme dormir.

La primer noche después de salir del hospital fue mala, horrible a decir verdad. Al día siguiente mis piernas ardían por las heridas que me abrí con mis propias uñas, y mis ojeras se hicieron aún más oscuras.

Eso no se comparó a las noches siguientes.

La imagen de mi hermana con el cuello roto y la cabeza colgando del cinturón de seguridad, su vestido empapado de sangre, me persigue en rojo vivo a todos lados. No puedo borrarlo, por más que lo intente.

No he pegado un ojo en casi 48 horas, no puedo. En cuanto cae la noche y entro a mi cama mis pensamientos me bombardean el cerebro como tanques de guerra hasta que mi cabeza duele y quiero arráncamela con mis propias manos antes de que explote.

Los extraño tanto. Mamá, papá, mi hermanita.

Pensar que estar internado en el hospital era una pesadilla fue lo más ingenuo qué pasó por mi mente. ¿Regresar a casa? A la gran y vieja casa, vacía y oscura, fue realmente la pesadilla.

La casa huele a polvo y humedad, no a panqueques recién hechos o a la sopa de ajo que mamá siempre hacía. A pesar de que la tía Olivia me ayudó a limpiar y mejorar un poco la apariencia de las habitaciones principales, no sirvió de nada, porque la tristeza se respira en el aire en cuanto pones un pie dentro, y el sol se niega a dejar entrar su luz por las grandes ventanas. No importa que tan limpia esté, esta casa ya está muerta. Tan muerta como mi familia.

Una gruesa lágrima cae por mi mejilla sin poder anticiparla y me moja la camisa. No sé desde cuándo estoy llorando, pero lo hago sin un poco de esfuerzo. Solo miro la pared al otro lado de mi habitación mientras estoy en una esquina de la cama con las piernas dobladas y las rodillas contra mi pecho. Ojos perdidos.

Jamás me he sentido tan solo.

La tía Olivia no ayuda mucho, aunque sé que de verdad quiere hacerlo. Es solo que tiene ideas diferentes. Quiere que vendamos la casa. Hemos discutido ayer, de regreso aquí después de mi terapia. Hemos discutido porque le he dicho que no.

No quiero venderla, quiero quedarme aquí, no importa que tan triste me ponga. Es mía ahora.

Con el dinero podrás comprarte una casa más pequeña, algo que se adapte mejor a ti, si así lo quieres.

Pero no quiero y ella no puede entenderlo. No puede entender que cada metro cuadrado de esta casa me recuerda a ellos, cada rincón es un recuerdo de mi nostálgica infancia. No puede entender que es lo único que tengo ahora, porque los perdí a ellos pero aún puedo ir al columpio del árbol donde mecía a mi hermana y jugábamos por las tardes, de pequeños; aún puedo ir al cuarto de mamá y papá, abrir el closet y oler la ropa de mamá impregnada de su perfume.

¿Cuánto tiempo pasará hasta que el aroma se pierda por completo? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que olvide el sonido de su voz?

Sé que la tía Olivia solo quiere lo mejor para mí, pero quizás yo no quiero lo mejor para mí. No me importa que tan enfermo sea torturarme a mí mismo, si mi alma sangra por cada intento mío de aferrarme a los recuerdo de esta casa, entonces dejaré que sangre. Estas lágrimas, este dolor en el pecho y este vacío en mi corazón, me hacen sentir vivo, porque si no fuera por eso, podría jurarte que yo también morí el día del accidente.

suspirium | hyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora