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Después de aquel día en que ese chico desconocido durmió en mi casa y en mi cama, se acerca a mí todos los días en el almuerzo y nunca me deja sola. Dice y cito «nadie merece estar solo». Me está comenzando a caer bien, tiene una vibra y buena.

Es Piscis. Típico de Piscis, son el signo más dulce y amable del zodiaco. Yo soy Virgo, nuestra compatibilidad en amistad en muy buena.

—Mateo —suspiro mientras gotas de sudor caen sobre mi frente— ya no puedo aguantar más.

Pone su mano en mi cuello. —Continúa o ¿quieres que derrame mi té sobre ti?— está sobre mi espalda, alentándome q hacer ejercicio. Me arrepiento habérselo pedido.

—Pesas— articulo y caigo como una cuchara ha muerte al piso.

Solo me deja ahí y me entrega mi botella de agua. La agarro y me levanto, haciendo que mi cuerpo suelte quejidos dolorosamente. Me estado haciendo ejercicio durante dos horas, esto es una completa tortura.

—Aún no se por qué te interesa impresionar Charles, me tienes a mi —me guiña el ojo de una forma coqueta.

—Ridículo —rodeo los ojos, poniéndolos en blanco.

—Pero si deseas bajar de peso, debes hacerlo por ti, y no por querer agradarle a un chico.

Solo lo ignoro y tomó mi celular y tecleo la contraseña y entro a mi calendario semanal.

—Tienes que aprender a amarte, Margarita —baja un poco mi celular y me deja mirar sus lindos ojos marrones claros.

—Pero...

No me deja terminar por que él me abraza y yo no puedo reaccionar ante su acción.

«Tengo que aprender a amarme».

Es una frase que recorre por mi mente constantemente desde todo lo ocurrido. Quiero amarme, pero también quiero que me amen. Siempre he estado sola, solo quiero poder sentir un poco de amor, el amor que me falto en mi niñez.

—Nada de peros —me regaña, arrugando su entrecejo— te dejaré hacer ejercicio, si me dejas poder llevarte en un viaje para auto-aceptarte, ¿bien?.

No puedo decirle que no. Es muy insistente, si le digo que no, simplemente no descansará hasta que acepte.

—De acuerdo.

Una vez que terminamos de hacer todos los ejercicios, me mando a darme una ducha. No quiero bañarme. Pero él claramente no dejaría que no me bañara.

Entro a regañadientes a mi baño y lo primero que veo al cerrar la puerta es mi rostro... mi feo y patético rostro. Toco mi frente y estiro un poco mi piel. Retiro mi ropa de gimnasia, quedando completamente desnuda y entro a la ducha. Abro el grifo y dejo que el agua se deslice por todo mi cuerpo.

Agarro el shampoo y pongo una cantidad prudente en mi cabeza y comienzo a masajear mi cuero cabelludo. Llevo mi cabeza hacia atrás, cerrando mis ojos y todo el shampoo sale de mi cuero cabelludo.

Tomo el jabón y deslizo el jabón por mi cuerpo con mucha suavidad, al tener mi cuerpo enjabonado me enjuago el cuerpo.

Pongo acondicionador en mi mano y lo aplico en las puntas hasta llegar a la mitad de mi cabello y luego enjuago.

Cierro el grifo y tomo mi bata de baño y me la pongo encima y luego una toalla y la enrollo en mi cabeza.

Llegando casi a la salida del baño me tropiezo, como una pendeja, ya que lo soy, pegándome en el dedo pequeño del pie.

—¡AH! ¡MI DEDO!— grito por el dolor de aquel golpe.

Trato de canalizar mi dolor, inhalando y exhalando varias veces, y al calmarme hago mi rutina de lavado facial.

Cero calorías Donde viven las historias. Descúbrelo ahora