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El hechicero había visto millones de universos, incontables líneas temporales que desfilaban frente a él como un mar de posibilidades, cada una dibujando el tenue límite entre lo racional y la locura. Contemplaba la decisión que estaba a punto de tomar, una que probablemente era insensata, aunque sus conocimientos le decían que, al menos, no pondría en riesgo la estabilidad del multiverso. No de manera grave, claro está.

Había calculado todas las variantes, medido cada riesgo y examinado cada ecuación hasta el último detalle. Al final, solo había una constante que se imponía en su mente: no podía dejar de buscar lo que había perdido, esa pieza que, de alguna forma, completaba su existencia. Podía interpretar las estrellas y el tiempo, pero su propósito se hallaba fuera de esa vasta red de posibilidades. Así, con una determinación férrea, cruzó el umbral hacia un universo desconocido.

Su llegada a aquel mundo fue silenciosa y decidida. Caminó con paso firme, sintiendo el peso de cada dimensión que dejaba atrás. No se trataba de una mera búsqueda, sino de un reclamo silencioso, un anhelo que traspasaba toda lógica. Porque no venía a recuperar algo; había venido a recuperar a alguien.

Ese alguien le pertenecía, y nada, ni siquiera el tejido de la realidad misma, se interpondría en su camino.

𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐅𝐓𝐄𝐑 | 𝖨𝗋𝗈𝗇𝖲𝗍𝗋𝖺𝗇𝗀𝖾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora