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Stephen desplegó su habilidad como neurocirujano, una destreza cultivada con años de esfuerzo y precisión, para tratar las heridas de aquel hombre que yacía inerte en la camilla, tan cerca de la muerte que apenas parecía respirando. Sabía, con una certeza que le oprimía el corazón, que Tony Stark no estaba luchando por vivir. No en esta ocasión. Porque Tony ya había abandonado esa batalla, dejando que el agotamiento y la desesperanza se apoderaran de él. Y, en el fondo, Stephen no podía culparlo.

Después de todo lo que había sufrido, después de cada sacrificio hecho para proteger a los demás, Tony había llegado a la dolorosa conclusión de que el mundo no le importaba su papel de héroe. La gente parecía esperar siempre a que cometiera el más mínimo error para recordarle sus fallas, ignorando el peso de sus logros y, sobre todo, el esfuerzo que cada uno de ellos le había costado. Esa indiferencia era, para Stephen, un veneno lento que había carcomido el alma de Tony, llevándolo al borde de la autodestrucción.

Cuando el exmédico terminó de curar las heridas visibles —aquellas que el ojo podía ver—, se detuvo un momento, respirando hondo mientras observaba al hombre sobre la camilla, su piel marcada por moretones que contaban la historia de una guerra silenciosa, una lucha interna que ningún otro podría comprender del todo. ¿Estaba bien lo que hacía? ¿Estaba justificado alterar el curso natural de una vida que él mismo había rescatado de las sombras?

Pero al ver la fragilidad de aquel cuerpo herido, la determinación de Strange se solidificó. Sí, estaba haciendo lo correcto. Porque Tony Stark le pertenecía tanto como él a Tony, aunque ni uno ni otro lo reconocieran aún. Y no podía soportar verlo destrozado, torturándose a sí mismo, dejando que sus culpas lo devoraran poco a poco hasta el último respiro.

Lo observó dormir durante media hora, incapaz de apartar la mirada, en silencio, mientras se prometía que la piel de Tony no volvería a teñirse de tonos violetas por su propia mano. Aunque Stephen sabía que hacerse ese tipo de promesas era un riesgo. Después de todo, el hombre que dormía a unos pasos de él, con el rostro relajado por el sueño, era un auténtico suicida, alguien que ya no encontraba valor en su propia vida, y a quien quizá le tomaría más tiempo del que Stephen imaginaba devolverle esa chispa perdida.

𝐇𝐄𝐑𝐄𝐀𝐅𝐓𝐄𝐑 | 𝖨𝗋𝗈𝗇𝖲𝗍𝗋𝖺𝗇𝗀𝖾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora