Capítulo 02: Enfrentamientos drásticos.

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Alcina posó su mirada en el espejo de mano y admiró su figura cansada. Las líneas de expresión en su rostro ya no merecían ser llamadas así. Directamente eran arrugas. ¿A dónde se iba su belleza mientras la soledad la hacía suya cada noche en sus aposentos?

Cada día era más agotador tener que enderezar la espalda. Cepillar su corto cabello no requería tantas ceremonias mientras lo sentía caer. La simple idea de tener que levantar su busto con un ajustado escote la hacía sentirse asfixiada. ¿A dónde se iba llorando su añorada juventud?

Cuatro hombres. Cuatro hombres fueron los que marcaron su vida. El padre de Bela. El co-creador de Cassandra. Y el progenitor de Daniela. Y, ¿en dónde quedaba el cuarto? Bueno, ese era el único que no la había cambiado por alguien. Directamente le mostró el mayor de los repudios a su familia cuando el heredero legítimo de la familia fue una mujer. La que llevaría el apellido. La que mancharía el honor de tantos hombres Dimitrescu.

Alcina suspiró al recordar toda la miseria de su vida como noble disfrazada de ensueño. Permitió que su doncella personal terminase de arreglarla mientras se distraía tomando un libro, y releyendo las páginas en las cuales se quedó la noche anterior. Era la única forma de apagar la angustia que sentía al mirar el reloj de su habitación. Las once en punto. Era de noche. Hacía suficiente frío afuera, y su hija no aparecía. Si Miranda no era capaz de encontrarla y traerla a casa entonces...

El timbre sonó, y Alcina rápidamente se inquietó. Dejó el libro sobre la mesa y la doncella se alejó, mientras su patrona salía en camisón rojo, medias y tacones blancos rumbo a la sala. Casi corriendo por la prisa y el recuerdo de la hora. Su visita había llegado.

La ama de llaves abrió la puerta por ella, y Alcina, como era previsto, casi se deja caer al suelo gracias al temblor en sus piernas, y el suspiro de alivio que dejó expirar luego de tener tanto aire en los pulmones, opacado por la fría angustia de la noche condensando aquel oxígeno. Miranda había cumplido su palabra, y su misión.

Bela estaba en casa.

─Disculpen las molestias y la tardía demora. Fue algo difícil hallarla. ─explicó la rubia de traje militar, mientras impulsaba con un leve golpe en la espalda a la otra rubia menor, quien fue a corresponder el abrazo que su madre le quería dar.

─¡Mi niña! ─la voz de Alcina casi se quiebra al sentir el tacto cálido abrazándola. Su princesa mayor. Su niña adorada. Su señorita mimada, por fin la abrazaba.

Y no es que Bela fuese alguien que despreciase las demostraciones de afecto de su madre. Todo lo contrario, siempre buscaba ese afecto y ese apoyo. De cualquier forma, horas esperando por una hija habían hecho casi trizas el corazón de aquella madre. Alcina besaba la nuca de su hija una y otra vez, mientras la escuchaba reír, y a la vez dirigía su mirada a Miranda, quien continuaba allí en la puerta rodeada de guardias.

Gracias.

─Un placer.

Luego de minutos de lo que fueron caricias y palabras de consuelo entre una hija y su madre, Miranda consideró suficiente. Sin ninguna necesidad de pedir permiso se adentró a la casa y le dio la señal a sus guardaespaldas para que aguardaran afuera. Ni siquiera el ama de llaves rechistó. Era todo un hábito el que la rubia de máscara dorada aprovechase su poder, para adentrarse a la casa de a quien quiera ver cuando veía la oportunidad y lo deseaba.

La puerta se cerró y Miranda fue recorriendo la sala como si fuese lo más interesante del mundo. Como si no reconociese cada mueble que permitió se quedase allí. Como si no reconociera algún obsequio dado a Alcina para que decore su hogar. Como si nunca hubiese caminado por alguno de esos pasillos. Y simplemente, fingió que admiraba todo con el mayor de los intereses, para no permitirse conmoción alguna ante la escena dramática de encuentro familiar que sucedía a sus espaldas.

· 𝐌𝐄𝐈𝐍 𝐋𝐀𝐍𝐃 · || ᴍɪʀᴀɴᴄɪɴᴀ ꜰɪᴄDonde viven las historias. Descúbrelo ahora