Fagocitosis

Simbiosis

Los besos eran desesperados, calurosos y apasionados, se devoraban con todo lo que tenían y como querían, sus manos eran libres de recorrer el cuerpo contrario sin remordimiento alguno porque lo necesitaban, necesitaban sentirse el uno al otro para quemarse en un deseo lleno de ardor.

Oikawa pasó sus labios por el cuello blanquecino de su ex alumno mientras mordía y besaba sin delicadeza causándole estragos al menor quien jadeaba en su oído invitándolo a continuar y diciéndole de manera indirecta que nada en su piel estaba restringido, que en sus entregas todo estaba permitido. Se derretían sintiendo su calor, sus pasos se encaminaron con torpeza entre los pasillos de aquel apartamento de soltero y sus presencias se aprisionaron contra una de las paredes aún sin deshacer esa cercanía; el mayor deslizó sus manos por todo el torso hasta llegar al borde de la camisa y con delicadeza fue metiendo sus manos por debajo de la misma sacandole un respingo al platinado por el contraste del frío contra lo caliente de su piel y ahogo un suspiro en los labios contrarios sintiendo cada centímetro de su ser erizarse por el anhelado contacto, quería que lo tocara, que lo marcara, que lo tomara de todas la maneras posibles porque ya había pasado bastante tiempo desde la última vez que se había visto y aquello era simplemente necesario, urgente, adictivo. El beso se detuvo cuando sintió la traviesa rodilla del castaño rosar su virilidad provocandolo al instante.

Dios, este hombre lo estaba volviendo loco.

Aún no entiende como es que habían terminado de esa forma, como un par de amantes que se entregan sin medida cada que se ven, que no se cansan del otro y que quisieran tener el tiempo para ellos solos. La química era innegable, Koushi estaba encantado de ser el centro de atenciones de Tooru y Tooru adoraba tenerlo como suyo. 

Ambos sabían que todas esas intenciones habían surgido desde el primer día en que cruzaron miradas, que todas las clases se coqueteaban con discreción y en las asesorías ya no se molestaban en ocultar esos deseos, pero debía caber la prudencia en alguno de los dos y aunque ya no había impedimentos la discreción debía ser un factor que nunca debía faltar entre los dos, porque Oikawa era un respetado catedrático y Sugawara un excelente estudiante de una muy buena universidad.

El peligris dio un ligero brinco rodeando con sus piernas al castaño, se rozaban y se pegaba aún más en un intento de seducirlo, toda su piel ardía en un fuego interminable y la línea de su poco autocontrol iba terminándose.

—Esta muy ansioso, joven Koushi— dijo en un susurro con una sonrisa engreída plantada en su rostro —Tu piel arde por mi, mis caricias son retribuidas de forma satisfactoria— y ahí estaba hablando de forma tan elocuente que lo hacía delirar —La compatibilidad que hay entre tus labios y los míos es sorprendente— mordió el labio inferior del peligris—Todo en ti pide de mi, que lo marque y lo haga de mi propiedad— pasó su lengua por todo su cuello mientras se dedicaba a desabotonar botón tras botón de la camisa contraria —Dependo de ti para sentirme completo— empujó sus caderas contras las contrarias logrando que Sugawara sintiera esa rigidez queriéndose abrir paso de forma brutal y feroz.

—¿Dejó de ser una Fagocitosis?— cuestionó en tono seductor —Digame, profesor Oikawa ¿mi respuesta fue incorrecta?— susurró en el oído del castaño escuchando como empezaba a gruñir contra su piel, estaba seguro que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no lanzarse contra él y arrancarle la ropa.

—¿Está dudando?— se atrevió a decir entre besos y caricias —Usted sabe lo mucho que odio que dudes de tus respuestas— dijo —Pero como se trata de usted, le daré una oportunidad para reformular su respuesta— se acercó de nuevo a los labios contrarios y lo devoró hasta que el aliento le faltó —Dependo de usted y sé que usted quiere todo de mi, es una relación de coexistencia. Si no es Fagocitosis ¿entonces qué es?— preguntó con suavidad