Adyuvante

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La tensión era sumamente palpable entre los pasillos de la universidad, la razón era desconocida, pero no había que ser un genio para que los estudiantes se diera cuenta que algo le había pasado a su flamante profesor puesto que siempre llegaba todas la mañana con un pésimo humor tanto que los que pagaban los platos rotos eran ellos. Oikawa llegaba destilando prepotencia y cólera en cada poro de su ser, nadie se había salvado de sus preguntas asesinas, cada clase de había vuelto peor que la anterior y al término de la hora acababan tan fatigados que ya no les quedaban ganas de hacer absolutamente nada.

Nadie entendía porque su sadismo había aumentado a excepción de una persona quien era la causa de tan atroz actitud, sin embargo no le importaba lo que Tooru estuviera sintiendo.

Era la peor batalla de orgullos, ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder ante el otro, la respuesta era clara Sugawara no se iba a disculpar porque realmente estaba molesto y ciertamente a esas alturas no le importaba haber reprobado el examen deliberadamente, ya lo repondría después. Por otra parte Oikawa tampoco tenía nada por lo que disculparse, el comportamiento de su joven estudiante lo había dejado bastante contrariado, pero él no era una persona que se considerada por buscar a las demás aun si eso significaba quedarse con las bolas azules de lo mucho que le hacía falta.

El había desconfiado.

Ni siquiera había tocado al niñato ese y le había reprochado por acciones que no le pertenecían ¿Acaso no había sido lo suficientemente claro en la cama? Quizás debería acostarse con Iwaizumi para que esas falsas acusaciones valieran la pena. Estaba tan molesto que la decisión a la que llegó es que le daría motivos a Koushi para que dijera con provecho que él se cogía a quien quisiera.

No era una situación que estaba dispuesto a dejar pasar, le provocaría tanto ardor a ese joven que volvería arrastrándose a él con la única necesidad de que lo profanara de nuevo, le quemaría la piel sin tocarlo y lo consumaría desde adentro sin siquiera probarlo, porque era claro que nadie lo provocaba y salía ileso del intento y eso se lo haría saber con prontitud.

Haberse metido en el fuego había sido el error más grande que alguno de los dos pudo cometer.

—Asegurense de dejarme sus cuestionarios en mi oficina después de clases— dijo el profesor retirándose la bata blanca —Espero que esta vez estén bien contestados o será un verdadero placer  mandarlos directamente a recurso sin la posibilidad de presentar su Extraordinario— espetó con cierta seriedad helando la sangre de todos aquellos que no habían pasado el primer examen. —Joven Iwaizumi, lo espero en mi oficina— y sin decir otra palabra el castaño se retiró del salón dejando la amarga sensación en el peligris tras escuchar tan fastidiosa frase

¿Cuándo él lo había llamado de forma abierta a su oficina?

Siempre esperaba hasta que estuvieran en soledad para ofrecerle ese tipo de propuestas indecorosas y... Nunca habían sido en horario laboral, siempre terminaban en el departamento de Oikawa.

Ahora le daba por andar exhibiéndose como si una relación profesor-alumno fuera lo más normal del mundo. El infeliz se mofaba, casi diario se aseguraba de que lo escucharán, sí, que escucharán «Oh, soy un idiota. Pienso con las pelotas y me cojo al primer estudiante que encuentre interesante».

Los rumores seguían en aumento y el castaño ni siquiera sé molestaba por negarlos, sino que cuando los escuchaba sólo soltaba una risa cínica y se encogía de hombros.

Esto era un reverendo fastidio

Estaba furioso y aún así... sentía cierta responsabilidad por perderlo de esa forma, porque lo había entregado en charola de plata y él no había movido ni un sólo dedo para evitarlo, simplemente se había dejado ganar y odiaba el sentimiento de derrota que se revolvía como una fuerte marea en su interior.

FagocitosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora