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Lauren entró en su pequeño apartamento y suspiró agotada. Miró hacia abajo y sus ojos se posaron en su hijo Wesley que dormía sobre su pecho con sus pequeños brazos rodeándole el cuello. Lauren era una mujer de 27 años, de pelo negro y ojos verdes, que llevaba ya cuatro años en un estado permanente de tensión.

Cuando Wesley nació y se vio completamente sola, decidió marcharse de su Miami natal para emprender una nueva vida, porque hasta el momento aquella ciudad guardaba más malos recuerdos que buenos. Se mudó a Los Ángeles con un recién nacido de tres semanas y 847 dólares en la cuenta, y desde aquel momento no había parado ni un solo segundo de luchar para que a su pequeño no le faltase de nada.

Su mayor orgullo era que su hijo era un niño feliz, ese, al fin y al cabo, era su objetivo en la vida. En cuanto a ella misma, se cuestionaba su propia felicidad muchas veces, la respuesta era compleja, su hijo la hacía más feliz de lo que jamás pudiese haber imaginado, pero cuando Wesley cerraba los ojos por la noche y se quedaba sola con sus pensamientos, o cuando tenía que hacer turnos de 12 horas en la cafetería en la que trabajaba para poder pagar la factura de la luz... en esos instantes la felicidad era más difícil de encontrar. Sus brazos empezaron a arder de cargar con el peso de su hijo así que recorrió el pasillo y lo dejó sobre su cama.

Pero Lauren no estaba completamente sola, tenía sus ángeles de la guarda. El más importante era Alicia, su vecina. Honestamente no sabía cómo podía agradecer al universo el haber puesto aquella rubia de ojos marrones y mirada amable en su vida. Alicia era editora para una revista y trabajaba desde casa el 90% del tiempo, y cuando Lauren se mudó a su edifico, hacía ya cuatro años, Alicia había aparecido en su puerta ofreciéndose a ayudar con las pocas cajas que Lauren había metido en su viejo coche y había transportado a lo largo del país desde Miami. Alicia era la razón de que Lauren conservase su trabajo, la mayoría del tiempo sus turnos en la cafetería eran compatibles con los horarios de la guardería de Wes, pero en ocasiones, especialmente a final de mes cuando se veía obligada a doblar turnos para poder pagar las facturas, Ali se encargaba de su hijo mientras ella trabajaba. Este año el pequeño había empezado a ir a preescolar y cada vez que trabajaba un turno de tarde se veía obligada a recurrir a la ayuda de la escritora. Lauren había imaginado en su cabeza mil formas en las que le podía devolverle todo lo que había hecho por ella, pero no había nada que estuviese a la altura de lo que Ali hacía por su pequeña familia.

Su segundo ángel de la guarda era su compañera de trabajo Erica, la joven de pelo castaño y cara redondeada había cubierto los turnos de Lauren más veces de las que podía recordar. Cuando eres madre soltera y surge cualquier imprevisto, no hay mucho margen de maniobra, pero Lauren podía contar con Erica y lo sabía. Erica era además el único recuerdo que tenía muchas veces de que a parte de madre, era una mujer joven. La otra camarera era divertida y alegre y le gustaba hablar de cosas sin sentido para Lauren como eran los vestidos de la gala de los MET o el último cotilleo sobre las hermanas Kardashian. La mayoría del tiempo no tenía de idea de lo que le hablaba su amiga, pero la total trivialidad de aquellas conversaciones le ayudaba a relajarse, porque mientras escuchaba el último chisme sobre alguna estrella de Hollywood no estaba pensando en si tendría suficiente dinero para pagar el alquiler o si su hijo se daría cuenta de que sus regalos de navidad eran más humildes que los de sus compañeros de clase.

Su tercer ángel de la guarda era más literal. El padre de Wes había fallecido en un accidente de tráfico antes de que Lauren le pudiese contar que estaba embarazada. No había estado enamorada de él, pero lo había querido más de lo que era posible describir. Drew había sido su mejor amigo desde que tenían doce años, y en una noche de fiesta, en la que los dos estaban más borrachos de lo normal, habían acabado en la cama. Cuando Lauren vio aquel test de embarazo positivo, no sintió miedo, no era como había imaginado su futuro, no era ideal, pero con Drew podría hacerlo, los dos juntos podían con todo. Pero cuando tres días después su teléfono sonó y le comunicaron que la persona más importante de su vida acababa de desaparecer para siempre, Lauren se quedó paralizada y durante los próximos siete meses y medio vivió en un estado de inconsciencia donde sus piernas caminaban, sus pulmones respiraban y su corazón latía, pero no sentía nada. Solo cuando colocaron a Wesley sobre su pecho después de diecisiete horas de parto Lauren volvió a vivir, y lloró como no había llorado desde que su amigo había muerto.

Enséñame a vivir [Camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora