SADIE SHEPHERD Y EL CALIZ DE FUEGO [4]

xii. potter stinks

CAPÍTULO DOCE
POTTER APESTA
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—¡Sadie! ¡Ven! Estoy aquí... Justo aquí...

Sadie daba vueltas en el mismo lugar, buscando algo, un indicio de la persona que le hablaba.

No había nadie.

Solo una habitación oscura con luces amarillas pegándole en los ojos, destellos como si le apuntaran linternas a la cara... O como si le apuntaran con varitas...

Ese pensamiento la hizo retroceder con miedo.

—¡Sadie, puedes recordarme! ¡recuérdame al despertar! soy yo...

—¡Sadie!

Seamus Finnigan sacudió el hombro de la chica por cuarta vez consecutiva, y no sabía si estaba siendo demasiado blando o si solo Sadie tenía el sueño muy pesado.
Repentinamente, ella dio un sobresalto y por poco le dio una patada en el estómago, pero Seamus se alejó.

—¿Estás bien?

Ella no contestó, tenía la respiración acelerada y sudaba, pero no tenía idea del por qué.

Él suspiró y levantó los brazos.

—Si me ignoras por lo de Hydra... Ya estamos bien, ¿de acuerdo? Me costó un puñetazo de Corvus Lestrange y una charla reflexiva de Hermione. Somos amigos, entiendo ahora todo... ese asunto.

Sadie lo miró sin moverse, luego se encogió de hombros.

— ¿Para que me despertaste?

—Higgs está abajo, preguntó por ti.

Sadie se paró de la cama de inmediato, arregló su cabello con sus dedos y metió sus pies en sus pantuflas. Ignoró el susurro ronco de Ron diciendo su nombre.

—Abajo... ¿Abajo como... En el retrato de la señora gorda o...?

—Abajo en la sala común. Lo deje pasar.

Sadie lo miró incrédula.

—¡¿porque hiciste eso?!

—¡Es tu novio! Pensé que querrías que lo dejara pasar.

Sadie bufo y corrió hacia la puerta sin ver atrás, donde Ron recién se levantaba y la veía irse con un asomo de decepción.

En el sillón escarlata frente a la chimenea apagada, estaba Terence, quien siguió con la mirada los pasos de Sadie, desde la puerta a la escalera y finalmente, hacia el.

—¿Porqué estabas en la habitación de Weasley?— preguntó antes de que la rubia pudiera si quiera saludarlo. Tenía el rostro serio pero una mueca de confusión se asomaba al mismo tiempo, se puso de pie.

—Ah... Hicimos pijamada.

Terence frunció las cejas, mirándola como si hubiera dicho la cosa mas estupida del mundo, y probablemente, lo había dicho.
¿Pijamada? Una pijamada con el chico que le gustaba, esa era la excusa que le daba a su novio.