Capítulo 44

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Querido J...

Me gustaría tener el valor de ir a tu club y anunciarme como una vieja amiga, pero por supuesto no lo haré. Probablemente con la mejor intención, sin embargo no estoy segura de que me gustaría hacer más: golpearte o abrazarte.

Anónima

Green House, marzo de 1827

Carta no enviada

Ella le estaba haciendo sudar tinta.

Atrás quedaba la esposa dulce y suave que él había pensado haber atrapado, la que se quitaba la nieve de su bonete a la vez que confesaba noviazgos pasados y a la que un copo errante aterrizaba y se derretía, casi al instante, en la punta de su nariz mientras le sonreía.

Y en el lugar de esa mujer había una amazona, de pie en el centro de su club, en el corazón de los bajos fondos de Londres, haciendo apuestas en la ruleta mientras la ciudad la observaba, exigiendo la seguridad de sus amigos y la reputación de sus hermanas y programando lecciones de billar con uno de los hombres más poderosos y temidos de la ciudad.

Y ahora mismo, parada delante de él, con demasiada audacia, le sugería que la dejara sola.

Debería hacer precisamente eso.

Debería alejarse de ella y fingir que nunca se habían casado.

Regresarla a Surrey o mejor, enviarla al norte del país a vivir sus escandalosos deseos recién descubiertos lejos de él. Él tenía Platinum y las herramientas para su venganza y era tiempo de expulsarla de su vida.

Pero él no quería dejarla.

Quería lanzarla sobre su hombro y llevarla a su casa, a su cama. Diablos. Incluso la cama no era necesaria. Había querido derribarla sobre los bancos nevados del Serpentine o sobre el suelo de la sala de estar de su padre o en el asiento demasiado estrecho de su carruaje y desnudarla, dejándola desprotegida para sus manos y labios y ese deseo que no había cambiado.

La mesa de billar era lo bastante resistente para sostenerlos a los dos, se garantizó él.

-No voy a ninguna parte hasta que me digas por qué estás aquí. -Él gruñó, no confiando en sí mismo para acercarse, inseguro de su capacidad para estar cerca sin poner el grito en el cielo en su contra, sin explicarle muy claramente que este no era un lugar para ella.

Que ella no era bienvenida aquí.

Que la arruinaría.

Él último pensamiento lo empujó sobre el borde.

-Respóndeme, Noriaki. ¿Por qué estás aquí?

Ella le sostuvo la mirada, sus ojos amatistas firmes.

-Te lo dije. Estoy aquí para jugar al billar.

-Con Cross.

-Bien, en honor de la verdad, pensé que podría ser contigo.

-¿Por qué pensarías eso? -Él nunca la habría invitado a su club.

-La invitación fue entregada por la señora Erina. Pensé que tú la habías enviado.

-¿Por qué te enviaría una invitación?

-No lo sé. ¿Quizás te habías dado cuenta de que estabas equivocado y no querías admitirlo en voz alta?

Cross soltó un pequeño bufido de risa desde su ubicación en la puerta y Jotaro consideró matarle. Pero él estaba demasiado ocupado tratando con su difícil esposa.

Un Canalla Siempre Es Un Canalla [Jotakak]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora