El día estaba soleado, perfecto para salir a explorar y dejarse impresionar por la variedad de formas, colores y aromas que la vegetación del bosque proporcionaba a las curiosas mentes que divagaban por sus recovecos.
Las siluetas de dos niños curiosos y determinados a descifrar los secretos que escondía la flora veraniega del bosque cerca del templo al que fueron al inicio del año, se mezclaban con las sombras de las ramas y árboles que frondosos se alzaban a alturas que solo el más avispado se atrevería a escalar, si no fuera porque el más tranquilo casi le rogaba permanecer a su lado, no por miedo sino para evitar que el otro terminara lastimado; no se lo perdonaría.
Llevaban al menos 3 años siendo amigos, quizás más. No lo tenían del todo claro, no importaba. Sus madres coincidieron en inscribirlos en el mismo preescolar y se hicieron cercanos desde entonces, pese a las incontables diferencias que bien podrían haberlos convertidos en enemigos a muerte, y que terminó por unirlos inexplicablemente.
Con personalidades tan dispares, lograron complementarse lo suficientemente bien como para ser los primeros en buscarse en cuanto llegaba la hora de clases, y después de esta.
Los niños no sobrepasaban los 10 años y parecían tener mucho más tiempo que ese conociéndose, pues la armonía que los rodeaba juntos no podría dar fe de lo contrario.
Compartían todo el tiempo que podían juntos, y aunque hubieran otros chicos a su alrededor, como un peliverde pecoso que con cariño llamaba Kacchan al rubio, siempre terminaban siendo éste y el bicolor quienes pasaban más tiempo juntos.
Ese día habían decidido explorar los alrededores del templo, pues tenían pensado hacer carreras con barcos de papel y querían pasajeros para sus sofisticadas embarcaciones; entiéndase esto como cualquier bicho que fuera lo suficientemente valiente como para permanecer hasta final del recorrido aferrado a su transporte marítimo.
Ambos chicos se las habían ingeniado para salir temprano y poder atrapar a los desprevenidos insectos que serían obligados a un trayecto improvisados o condenados a la ira del más explosivo de los niños si no resultaba como esperaba.
- ¡No tan rápido, Bakugou! – gritó el medio albino intentando igualar sus pasos.
- ¡Date prisa! – le respondió el otro, buscando furtivamente bajo sus pies su próxima víctima.Llevaba orgullosamente una jaula transparente en la que se encontraban sus reclusos, pero no estaba el que le interesaba; un escarabajo de lomo escarlata, pues es el que le quedaba perfecto a su embarcación de papel, según él.
Todoroki apenas podía seguirle el paso. El clima caluroso no era su preferido, detestaba sentirse sofocado mientras sus pulmones intentaban extraer el escaso oxígeno que la humedad característica de la época condensaba caprichosamente, como si quisiera negarle tan preciado elemento. Las temperaturas gélidas eran más de su preferencia, pues le permitían conservar su energía, además de que eso mantenía al rubio más cerca de él para tomar su mano y mantener su calidez con la suya.
Pero para ello tendría que esperar unos cuantos meses, y apenas estaban en mayo.
Resignado, solo se limitó a intentar igualar el paso de Bakugou, suprimiendo cualquier deseo de escapar.
Y entonces, justo cuando pensó que no podría continuar, sintió la mano de su amigo sostener la suya.
- Ya casi llegamos. – Respondió, sujetándola con firmeza.
El corazón del bicolor se agitó levemente para volver a su pulso habitual poco después. No entendía del todo porqué solo el rubio podía hacerlo sentir tan feliz, solo con verlo y percibir su tacto era suficiente para que en su habitual cara inexpresiva se asomara disimuladamente una sonrisa de tiempo en tiempo que no expresaba ni la milésima parte de la alegría que era para él estar con Bakugou.
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Cuando Estamos Solos
RomanceEn sus miradas perpetuaban la mutua complicidad que solo desbordaban en la intimidad, mientras a ojos de los demás, su cercanía no era más inusual que la de cualquier par de amigos con años de confianza. Acompáñalos y averigua qué hacen cuando están...