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Aunque no lo hiciera seguido, le gustaba salir con su familia, siendo sólo acompañado por ellos a la hora de pasear por la mañana en el parque mientras se preguntaban a dónde deberían ir luego para desayunar, adoraba ver a su fuerte esposa mientras ella hacía lo que fuera, porque, a sus ojos, se veía perfecta sin importar qué hiciera.
Dejando que sus pies los guiaran llegaron a una cafetería conocida por el rubio, los primeros recuerdos que tuvo del lugar fueron del momento en el que vio por primera vez a la mujer que hoy es su esposa, Victoria, mas al momento en el que vio las mesas que estaban fuera – las cuales casi nunca eran sacadas pues no eran necesarias – de este sus pasos se detuvieron y su casi imborrable sonrisa flaqueó.
― ¿Glam? ― Le llamó la pelirroja mujer que se junto a sus hijos para ver al rubio al notar que este había dejado de avanzar.
Pero él tenía la mirada perdida en un punto, o, mejor dicho, en alguien que se encontraba a sólo unos pasos de él sentado, derecho, con unas botas y una chaqueta de cuero sintético, con su vista rojiza fija en un cuadernillo que se encontraba sobre la mesa y su oscuro cabello cortado en un perfecto mullet que caía sobre sus hombros. Un montón de pensamientos y recuerdos lo inundaron, pero volvió a la realidad al sentir que tiraban de su ropa.
― ¿Papá? ¿Te encuentras bien? ― Se topó con tres miradas fijas en él, una de la mujer y las otras dos de sus hijos, él asintió en respuesta volviendo a tener su habitual sonrisa.
― Entremos.
Lo que el rubio no sabía, era que aquél "desconocido" lo había visto llegar, e incluso, sintió su fija mirada sobre él mientras temblaba de los nervios.
Después de todo, no todos los días te encuentras con un ex y su familia después de veintidós años en la cafetería en la que se conocieron.
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