Camomile Tea

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   Era viernes, último día de la semana y él se encontraba del asco, las ojeras notables que se posaban bajo sus ojos, sus cejas fruncidas, sus pies arrastrándose por el suelo que pateaban cuanta pequeña piedra encuentre en su camino, todo de él g...

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   Era viernes, último día de la semana y él se encontraba del asco, las ojeras notables que se posaban bajo sus ojos, sus cejas fruncidas, sus pies arrastrándose por el suelo que pateaban cuanta pequeña piedra encuentre en su camino, todo de él gritaba que estaba de mal humor, pero ¿Cómo no estar de mal humor si tenía una resaca que, de ser posible, le partiría la cabeza en dos? Más encima, ese no era su único problema, - porque también la falta de sueño era un impedimento a lograr conseguir su buen humor - ya que, al parecer, anoche, luego de volver de una descontrolada (totalmente descontrolada) fiesta a altas horas de la madrugada y de que se le fuera el suficiente alcohol de su sistema como para ser consciente de algunas cosas, a su vecino le pareció excelente la idea de ponerse a tener sexo con su esposa. Sexo a las 5:45 AM.

   No era la primera vez que sucedía, no, ya podía contar hasta más de trece veces que a altas horas de la madrugada, entre las cuatro treinta y las seis menos cuarto, sus vecinos lo despertaban con el insistente rechinido de la cama, los fuertes golpes que daba la cabecera de la misma contra su pared y los increíblemente altos gemidos que la ruidosa de la mujer lanzaba. Sin embargo, dejó de quejarse con ellos luego de la quinta vez, no tenían remedio, como su padre le decía.

   Su andar se detuvo cuando llegó, muy a su pesar, al único lugar en el cual su poca, casi nula, paciencia podría verse destruida en cuestión de unos minutos; su escuela de artes.

   Y así fue, no llegó siquiera al segundo periodo cuando ya había desquitado su mal humor en un profesor, el cual sólo lo retó por tener sus uñas pintadas, cosa que no era nueva, pero si bastante molesta al punto de hacer explotar su frágil burbuja de calma y hacerlo gritar.

   Tuvo tranquilidad al fin cuando, luego de que sus padres lo retiraran del lugar y volviera a su hogar, fue hacia la cafetería en donde podía tener entre cuarenta y cuarentaicinco minutos de total silencio y paz, hasta que, ya a un par de pasos del lugar recordó algo, o más bien a alguien. Rezó por que el rubio amante del metal - como este se lo había mencionado una vez - no se lo encontrara hoy, no quería ser más descortés de lo que ya era con el de ojos azules, ni quería hacer que este se sintiera mal, después de todo, era una muy buena persona que no merecía sus malos tratos.

   Sin embargo, sus plegarias no fueron escuchadas, y se dio cuenta cuando vio al Shvagenbagen sentado en la mesa que, por alguna razón que ni él conoce, el de cabello oscuro aceptó compartir varias semanas atrás.

   ― Hey. ― Saludó por simple cortesía, forzando una sonrisa y preparándose mentalmente para la insistencia ajena en querer entablar conversación mientras tomaba asiento frente al rubio.

   ― Creí que no vendrías. ― La suave y educada voz ajena combinada con la tranquila sonrisa que adornaba el rostro del chico frente a él funcionó como un calmante, funcionó mejor que la aspirina que había tomado a la mañana para calmar su mal humor y el dolor de cabeza que la resaca le provocaba.

Tea // Sebastian (Glam) Shvagenbagen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora