6. Tentación.

611 66 6
                                    

Ariadna.
 

  —Gracias por el helado — me despedí de Richard en la puerta de mi departamento después que me trajo a casa.
 

  —¿Te dije que te animarías, aunque ya estabas más contenta cuando te pasé a recoger. ¿La idea te puso feliz? — me preguntó con gran brillo en sus ojos.
 

  Sentí una pequeña opresión en el pecho.
 

  —Si. Quería verte— le respondí lo más sonriente posible tratando de no sonar tan seca.
 

  —Yo también quería verte, pero ya me tengo que ir, tú tienes tu reunión esta noche y yo tengo que regresar con mamá que quiere que le pode el jardín — besó cortamente mis labios.
 

  Se me hizo imposible no sentirme incomoda. Su madre creía ser dueño de su vida hasta después de tener 26 años de edad y sus labios... eran gruesos.
 

  ¿Qué dices Ariadna? ¿Tienes dos años besando esos labios de Richard y hoy te los encuentras gruesos? No me hagas reír.
 

  —Adiós, Richard — me despedí rápidamente cerrando la puerta casi en su cara.
 

  Eran las seis de la tarde, lo que hice fue que en vez de ir a comer helado con mi novio a esta hora, le dije que mejor nos juntáramos a las cuatro, pues había salido temprano del trabajo y como excusa perfecta para tener tiempo suficiente de alistarme esta noche, él estuvo de acuerdo.
 

  El timbre sonó sacándome de los pensamientos de que usaría esta noche para la cena. ¿Se le habrá olvidado a Richard decirme algo?
 

  —Buenas tardes, esto es para usted señorita Davis— era una entrega para mí. Al abrir la puerta me llevé tremenda sorpresa. El chico sostenía una caja blanca con un listón.
 

  —Gracias— sin más ni menos tomé el paquete y tras cerrar la puerta, me dirigí a mi habitación donde me dispuse a abrir el obsequio.
 

  —Por Dios, es precioso— mascullé sorprendida.
 

  Un vestido de seda color violeta iluminó mis ojos. Era de tirantes en los hombros y de otros cruzados en la espalda, de tal forma que mostraría toda la piel de mi zona baja.
 

  Una nota descansaba en el fondo de la caja.
 

  >> Estoy cien por ciento seguro de que este vestido te hará destellar mucho más de lo que ya brillas. Te imaginé quitándotelo, pero primero quiero verte usándolo >>
 

  Macintosh me matará lentamente. Este hombre me está volviendo loca.
 

  Narra Leandro.
 

  Me había encargado de escribirle a su número. No lo había hecho antes porque en realidad no quiero parecer un maniático. No quiero asustarla.
 

  —<>— texteé a su número.
 

  Me bajé de la Cherokee y ajustando un botón de mi chaqueta esperé por verla bajar.
 

  ¿Estás seguro de lo que estás haciendo, Leandro? ¿Cuándo has optado por hacer estas cosas por una mujer? Eres un hombre que puede tener todas las mujeres que quieras pero, estás detrás de Ariadna quién se porta rebelde contigo, intentó revelar lo que realmente es tu empresa y también estuvo a punto de desacreditar tu persona. Nadie te había enfrentado con tantas agallas como ella, te llamó esa seguridad, esas piernas que con gran firmeza dominaban esos tacones, esa sonrisa que con altanería te demostró que no te tiene miedo y sobre todo esa boca, esas palabras que salen de sus labios... labios que te tientan cada segundo.
 

  La puerta del edificio abrirse me hizo aterrizar otra vez.
 

  Maldición...
 

  Ante mis ojos destelló la imagen de la mujer que me tenía loco, llevaba aquel vestido lila que le había obsequiado y le quedaba a la perfección, como si lo hubiera mandado a hacer a su medida. Sus ojos grisáceos hacían contraste con el color violeta de la prenda, sus largas y bonitas piernas me incitaban a querer tocarlas y besarlas, los tacones que dominaba le hacían lucir como si modelaba en una pasarela y... su melena.... su largo cabello negro ondulado que quería despeinar la brisa. Esa a la que le tenía envidia porque debía ser yo el que la despeine.
 

  Ni siquiera la dejé saludarme, cuando la tuve lo suficientemente cerca de mí me apoderé de sus labios. Llevé mis manos una a su cuello bajo y otra a su cintura y con grandes ansías devoré esos labios carnosos sintiendo el labial adherirse también a los míos.
 

  Le tomó unos segundos asimilar mi repentina acción pero no se negó. Colocó sus manos en mi pecho y al igual que yo disfrutó del encantador beso. No quería despegarme de su boca, su aroma sencillamente embriagador me hacía querer saber si olía así de rico por todas partes.
 

  —Perdóname pero tenía que hacerlo. — carraspeé al soltar sus labios.
 

  —¿Por qué? —Siempre dispuesta a cuestionarme.
 

  —Luces demasiado hermosa— ¿enserio? ¿De verdad Leandro? ¿Tú, diciéndole a una mujer su virtud?
 

  Una sonrisita se formó en su rostro, una muy sincera.
 

  —También luce muy guapo, Macintosh — pasó sus manos por las solapas de mi traje.
 

  —Alguien como yo es que mereces. — con simplicidad le contesté seguro de mí siempre.
 

  Arqueó una ceja y mirándome divertida encogiéndose de brazos le vi las intenciones de su pregunta.
 

  —¿Por qué dice eso? ¿Por qué merezco alguien como usted? ¿Quién asegura eso? — si de algo estoy seguro es que ella puede escribir un libro solo de contrariedades y cuestiones.
 

  —Yo lo aseguro, por la simple razón de que una mujer como tú no merece gastar su tiempo con un niño de mami, mereces alguien maduro, que te represente, un hombre capaz, de gran porte y que se asemeje a tu forma de pensar— se sorprendió ante mi respuesta.
 

  —Usted sobrepasa mi forma de pensar. Es una mente maestra, y si, muy capaz. Tanto que tiene a toda Bahamas metida en un bolsillo haciéndoles creer que es alguien que en realidad no es. ¿Nunca ha pensado en ser actor? — su manera de decirme las cosas en mi cara solo me obsesionaba más con ella.
 

  —Fíjate que sí, actor porno— emití mirándola fijamente.
 

  Sus ojos se abrieron más de la cuenta y soltando una carcajada me miró irónicamente.
 

  —No bromeo — agitó su cabello.
 

  —Ni yo tampoco—
 

  La vi negar con la cabeza y apretar sus labios. En mi mente le pedí que no hiciera gestos como esos. Me tentaban, me incitaban a devorarle los labios como un león.
 

  —No puedo estar con un hombre como usted. No me gusta lo mal habido, dicen por ahí que a esos se los lleva el rio. Ni siquiera lo conozco — me sorprendía cada vez más su manera de hablarme. No me tenía ni un solo pelito de miedo.
 

  ¿Leyeron eso?
 

  —Te aseguro que desearás que cuando el rio me lleve, ir conmigo. Y no te preocupes, para eso es la cena, para conocernos. Ahora vámonos, no me gusta perder el tiempo, y ahora menos si se trata de ti—

Sígueme en Instagram como Diosarih

El capricho del mafiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora