Tercera Parte: Un huevo del color de la sangre de Dragón Capítulo 31

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Los dragonets nadaron y flotaron, flotaron y nadaron, durante el resto del día y hasta bien entrada la noche. Cuando oscureció por completo y repararon en que hacía mucho tiempo que no habían visto ninguna ráfaga de fuego por encima de sus cabezas, se arrastraron hasta la orilla cubierta de lodo para poder comer y descansar un poco.

Resultó que cazar a campo abierto era mucho más complicado que hacerlo en la cueva. Cieno maldijo a los guardianes varias veces cuando se le escaparon dos conejos y un coyote de entre las garras. Pero, al final, consiguió darle caza a una especie de cerdo más grande de lo normal y con la piel curtida, que compartió con los otros.

Sol se ofreció voluntaria para ayudarle a cargar con el cadáver.

—Tsunami ha atrapado algunos peces —informó—. Y yo he desenterrado esas deliciosas zanahorias, pero nadie parece querer comérselas.

—¿Zanahorias? —dijo Cieno arrugando el hocico—. ¿Quién se comería eso sin que le obligaran?

—A mí me gustan. Además, estas son crujientes y grandotas. Estoy segura de que te gustarían si las probaras.

—No, gracias —dijo Cieno—. Ahora somos dragones libres. A partir de ahora, solo comeré lo que me apetezca.

«Al menos, mientras sea lo suficientemente lento para que pueda atraparlo», pensó para sus adentros.

Estaba demasiado oscuro para que pudieran distinguir el paisaje que les rodeaba, excepto por las sombras de los árboles más cercanos, pero la luz de las tres lunas dibujaba el contorno de las montañas que los rodeaban. Brasas no había abandonado la búsqueda y, tal y como había señalado Tsunami, pasaría mucho tiempo antes de que se rindiera.

—¿Por qué quiere matarnos? —preguntó Sol—. No le hemos hecho nada.

—No confía en las profecías. Y menos aún en la nuestra. Se supone que dos de las hermanas morirán. Dos de aquellas que «hieren y queman y arden», pero no especifica cuáles. Solo se quedaría tranquila si la profecía hubiera dicho literalmente que ella iba a conseguir una victoria aplastante. Ahora mismo todo es demasiado vago y críptico, así que prefiere quitarnos de en medio y ganar la guerra a su manera.

—Así que cuando tengamos que elegir quién gana, no la elegiremos a ella —espetó Sol temblando.

—Puede que a Llamas —tanteó Tsunami arrancando un trozo de carne con los dientes—. Nocturno dice que es un poco tonta, pero al menos los Alas Arenosas la quieren.

—A mí me gusta Ampolla —dijo Gloria—. No hay nada de malo en una reina inteligente. Aunque tampoco es que mi opinión cuente mucho.

Cieno la miró, sorprendido, pero Tsunami le contestó antes de que pudiera preguntarle qué había querido decir con eso.

—Ampolla no es solo inteligente —dijo la Ala Marina, mientras apoyaba la cabeza en las garras delanteras—. Si confiamos en lo que decían los guardianes y los pergaminos, también es astuta y manipuladora y hará lo que sea para convertirse en reina. Incluso si eso significa tener que aniquilar a las otras tribus y al mundo entero.

Los dragonets guardaron silencio. La enormidad del cielo que los cubría hizo que Cieno se sintiera muy pequeño. Era de locos pensar que serían ellos los que eligieran a la próxima reina Ala Arenosa. Aunque mucho más lo era creer que serían ellos los que terminaran con aquella guerra. ¿Quién los escucharía?

Las reinas rivales no. Eso seguro.

¿Qué podían hacer cinco dragonets ellos solos?

Sol contempló las lunas, ensimismada. Cieno sabía exactamente cómo se sentía. Él también quería que Nocturno bajara inesperadamente de las estrellas y se reuniera con ellos de nuevo. Nunca hubiera creído que echaría tanto de menos a su amigo sabelotodo, pero le resultaba extraño que no estuviera allí con ellos. Sobre todo porque seguramente hubiera podido contestar a muchas de sus preguntas. Como, por ejemplo, de dónde había salido el inesperado veneno de Gloria.

Alas de Fuego: La profeciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora