Capítulo 22

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Pararon ante la cueva de Peligro. La dragona tenía la cabeza apoyada en el alféizar de una de las estrechas ventanas de las paredes y miraba fijamente al cielo. Se giró y le dedicó a su reina una mirada glacial.

Cieno se percató de que el retrato de cuerpo entero de la reina había desaparecido de la pared. Una montaña de cenizas descansaba en el suelo justo bajo el lugar que había ocupado el cuadro. La reina también se dio cuenta de aquel pequeño detalle, lo que hizo que le saliera más humo de la nariz.

—Fuera —le dijo a Peligro.

—¡Esta es mi habitación! —contestó ella.

—Yo soy la reina y tú haces lo que yo te ordene. Vete a dormir a la arena. Si alguien más intenta cantar, alza el vuelo y achichárrale la lengua.

Peligro movió la cola, furiosa. Un momento más tarde, salió en estampida por la puerta. Las dos reinas se apartaron rápidamente de su camino de una manera muy poco digna. Cieno vio a varios guardas Alas Celestes reprimir unas cuantas sonrisas.

El calor que desprendía Peligro los envolvió, mientras salía a toda prisa por el túnel, sin apenas fijarse en Cieno cuando pasó por su lado. Él se la quedó mirando, preocupado. «Puede que esté enfadada conmigo, pero... ¿Por qué?».

—Por aquí —dijo la reina Escarlata, empujando ella misma a Nocturno al interior de la cueva de Peligro.

El dragonet trastabilló al intentar saltar el estanque de agua, pero se le enredaron las piernas y acabó cayendo. Tsunami se deshizo de sus guardias y saltó al agua. Cieno la siguió.

—No interrumpiréis mi banquete otra vez —siseó la reina—. Estoy segura de que os habéis divertido de lo lindo.

—¿Por qué no los matas? —le preguntó Brasas.

Era mucho más grande que Escarlata; tanto, que rozaba con la cabeza el techo de la cueva. Sus garras eran dos veces del tamaño de las de Cieno. No llevaba ninguna piedra preciosa ni cota de malla, pero sus garras y dientes estaban teñidos de rojo por toda la sangre que había derramado. Una fea cicatriz de quemadura le recorría el lado izquierdo, bajo el ala. En sus ojos no se veía ni una pizca de blanco, solo una enorme y amenazadora pupila negra.

—Porque eso no sería nada divertido —respondió Escarlata—. Quiero verlos luchar. He preparado para mañana un día repleto de entretenimientos. ¡Es mi día de la salida del cascarón! Quiero que sea emocionante.

Cieno empezaba a odiar la palabra «emocionante».

Brasas le dedicó una mirada a los guardias y rápidamente desaparecieron de la habitación, a algún lugar donde no pudieran oírlos. Ella bajó la voz para que solo Escarlata y los dragonets pudieran oírla.

—Pero si de verdad son los dragonets de la profecía, la mejor forma de romperla es matándolos.

—Bueno —dijo la reina Escarlata, mientras mostraba la lengua entre los dientes sin dejar de mirar a Nocturno. Cieno se dio cuenta de que la reina aún deseaba ver luchar a un Ala Nocturna—. Quizá, pero a ti eso no te funcionó demasiado bien, ¿verdad? Todo el mundo sabe lo que le hiciste al huevo de Ala Celeste... a todos los huevos de Alas Celestes, de hecho.

Cieno prestó atención. «¿Qué había querido decir con eso?».

Brasas golpeó la roca con la cola, con tanta fuerza que hizo temblar el suelo bajo las garras de Cieno.

—Al contrario, funcionó de maravilla. No tienen a ningún Ala Celeste, ¿verdad? Solo hay cuatro dragonets... la profecía está incompleta.

Cieno y Tsunami intercambiaron una mirada. «No le ha dicho a Brasas que Gloria es una de los nuestros. Quiere quedarse a su nueva "obra de arte" para ella sola».

Alas de Fuego: La profeciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora