Cieno barrió con la cola los huesos de la cena y los echó al río. Las sombras blancas y alargadas se balanceaban alejándose en la corriente.
Había varios fuegos ardiendo en las esquinas de la gran cueva central. Cualquier ruido que hicieran resonaba sobre sus cabezas, amplificados de alguna manera por las estalactitas con forma de enormes dientes. La cúpula de la cueva era lo suficientemente grande como para albergar seis dragones adultos con sus alas completamente extendidas. El río subterráneo corría junto al muro más alejado, susurrando y burbujeando como si él también estuviera planeando su propia huida.
Cieno miró fijamente el pasillo, echándole un vistazo a las dos cuevas que les servían de dormitorios —ahora vacías— y se preguntó adónde habrían ido los otros dragonets mientras él limpiaba.
—¡Te pillé! —exclamó una voz a su espalda.
Cieno se cubrió la cabeza con las alas.
—¿Qué he hecho? —gimoteó—. ¡Lo siento! ¡Ha sido un accidente! Y si te refieres a la vaca extra que me he comido, Desierto dijo que podía hacerlo porque Membranas estaría fuera hasta tarde. Lo siento. Mañana no cenaré, lo prometo.
Notó cómo un hocico le golpeaba ligeramente entre las alas.
—Cálmate, tonto —contestó Sol—. No te estaba regañando.
—Oh.
Cieno relajó la cresta y se giró para mirar a los ojos a la dragonet más pequeña, la última que había salido del huevo. Fascinado, vio desaparecer la cola de un lagarto entre sus fauces.
Ella le sonrió.
—Se suponía que era mi fiero y aterrador gruñido de caza —soltó—. ¿Te ha gustado? ¿No te parece lo suficientemente terrorífico?
—Bueno... un poco sorprendente sí que ha sido —contestó el dragonet—. ¿Has vuelto otra vez a cazar lagartos? ¿Qué les pasa a las vacas?
—Bah. Pesan demasiado —fue la respuesta de la dragonet—. Estabas demasiado serio.
—Solo pensaba.
Menos mal que ni Rapaz ni Desierto podían leer la mente como los Alas Nocturnas, porque Cieno no había podido quitarse de la cabeza la idea de escapar durante toda la cena.
Cieno alzó una de sus alas y Sol se acurrucó junto a él. Podía sentir perfectamente el calor que desprendían sus escamas doradas, pegadas a las de él. Sol era demasiado pequeña y del color equivocado —de un dorado leonado en vez de color arena como la mayoría de los Alas Arenosas—, pero irradiaba el mismo calor que el resto de su tribu.
—Desierto dice que deberíamos estudiar una hora antes de acostarnos —dijo—. Los otros ya están en la cueva de estudio.
Desierto, el dragón lisiado que les enseñaba técnicas de supervivencia, era un Ala Arenosa, al igual que Sol... al menos en teoría. Había algo en la pequeña dragonet que no encajaba. No era solo que sus alas fueran demasiado doradas, sino que tenía los ojos de un tono verde grisáceo, en vez de negro brillante. Lo más raro de todo era que su cola era bastante ordinaria, al igual que la de la mayoría de los dragones, en vez de acabar en un aguijón venenoso, el arma más peligrosa de los Alas Arenosas.
Como solía decir Rapaz bastante a menudo, Sol era inofensiva... ¿y de qué servía un dragón inofensivo? Pero su huevo formaba parte de la profecía, así que Sol era sus «alas de arena», tanto si les gustaba a los Garras de la Paz como si no.
Por supuesto, la profecía no hablaba de ningún «alas de lluvia». Los dragonets habían escuchado muchas veces la historia de cómo Gloria había sustituido a última hora al huevo de Ala Celeste que se había roto. Rapaz y Desierto la consideraban un error y no paraban de hacérselo saber.
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Alas de Fuego: La profecia
FantasyEN UN MUNDO HABITADO ÚNICAMENTE POR DRAGONES. Una guerra cruel divide a las tribus desde hace generaciones, y la única esperanza recae en cinco jóvenes dragones destinados a traer la paz. La profecía dice que los cinco elegidos deben permanecen ocul...