꧁Zorro astuto꧂

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Maya

¿Por qué dije eso?

—Sí, supongo que tienes razón —asintió intentando no mostrarse incómodo—. La vida da muchas vueltas.

—La vida es un trompo.

No creo haber mencionado que su risa es una de mis cosas favoritas de escuchar.

—Perdón por eso, Maya, más allá de haber ido o no como algo más que amigos no quita el hecho de que te dejé ir ese día de esa manera.

—Tus razones habrás tenido, solo quería escuchar al menos una salir de tu boca.

Solo quería calmar mi curiosidad, apagar la llama de molestia que se avivaba en mi interior, pero los pedazos de leña que quedaron aún guardaban un poco al rojo vivo su semilla aguardando a una nueva oportunidad para ocasionar un nuevo incendio, no lo sabía o no lo quería saber.

—Estamos bien, ¿no?

—Estamos bien —confirmé.

Por la hora no pasaron ni siquiera cinco personas por el parque así que jugamos por casi treinta minutos como si fuéramos niños.

—Ese punto no cuenta, tramposa —se quejó mientras me veía correr hasta las escaleras del tobogán—. ¡Me tacleaste! Va contra las reglas.

—Va contra las reglas del juego original —enfaticé—, pero dado que solo somos dos jugadores no tiene sentido seguir un manual en específico, ya sabes, desde que ganes sin asesinar a la otra persona la mayoría de cosas cuentan como válidas.

—Dices eso para poder ganar.

—Puede que sí, de igual manera ya voy ganando.

La verdad es que no estábamos jugando si quiera un juego "real", al iniciar cada ronda un piedra, papel o tijeras decidían quién debía perseguir a quien y si en un lapso de un minuto se alcanzaba a la "víctima" y se regresaba al tobogán —alias: la base—, ganaba la persona el punto, contrario que si no lo hacía pues el punto iba para el que logró huir.

—Cuando me persigues atentas contra mi integridad física y cuando yo lo hago pareces un ratón huyendo de un gato viejo que no sabe correr, sigo diciendo que hay desigualdad.

—Querido Josh, me llevas más de una cabeza de altura, lo cual en cuanto a proporciones hablando indica que tus piernas son más largas que las mías y deberían dar pasos más largos, que seas un anciano que descuidó su agilidad no es mi culpa.

—Voy al gimnasio como tres veces a la semana.

—Pero no creo que hagas cardio —le saqué la lengua y me tiré al pasto para dar por finalizada la conversación.

No mucho después de que me acomodara para ver las estrellas —o en su defecto, la luna, porque no se veían estrellas— él se acostó junto a mí.

—Si mañana amanezco con morados en el cuerpo tú serás la responsable —murmuró.

—No seas chilletas, nos divertimos que es lo importante.

—Nis divirtimis qui is li impirtinti. ¡Auch! —Ese morado sí se lo ganó.

Dejé de ver al cielo y me enfoqué en él, supongo que lo notó y si así fue tampoco se pronunció al respecto, noté cosas que no vi cuando estuvimos en los columpios: su barba de un par de días, unas mejillas sonrojadas por haber corrido y por el frío, el brillo en sus ojos, los hoyuelos por sonreír incluso a escondidas.

—¿De qué te ríes?

—Se me hace curioso esto —Levanta sus brazos y los mueve de un lado a otro—, cuando te vi llegar con Riley jamás pensé que terminaríamos en un parque mirando al cielo lleno de polución —¡Qué romántico!—, no pensé que así empezaría el domingo.

Long game; a Joshaya storyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora