Siempre creí que los restaurantes elegantes y de comida gourmet eran demasiado frívolos e impersonales, pero La Casa era la definición de hogar y de alta cocina juntas. Cristian y Ale habían pensado en cada detalle. Desde las mesas, los manteles, las luces, hasta la forma en la que los meseros y todo el personal te atendían. Se sentía como ir a comer a la casa de los abuelos, en donde te trataban como el centro del mundo, con la comida que habías crecido, pero con un toque de chef digno de Estrella Michelin. Las mesas de madera hechas por artesanos con madera reciclada de piezas que la gente había botado o descartado; las sillas estilo Tiffany, los hermosos cuadros en las paredes hechos por Victoria; el personal vestido pulcramente de negro. Cristian acercándose a charlar brevemente con cada una de las mesas regalando sonrisas y despilfarrando su carisma en todo el lugar; el menú perfectamente pensado y ejecutado con platos de comidas típicas llevados a otro nivel, con el toque característico de Ale. Ale que se sentía en cada espacio del restaurante, aunque no lo hubieses visto; Ale y sus manos que habían creado la comida que nos estaba llenando de placer.
Nuestra mesa estaba ubicada en el patio trasero del restaurante en la parte abierta, bajo el enorme palo de Bonga que tanto le había gustado a Ale el día que lo traje. Éramos la mesa más grande de todo el lugar, ocupada por Joan, sus padres; mis padres, mis hojas, Elena, Victoria y yo. Cerca de nuestra mesa estaba Rafel, el periodista que estaba cubriendo toda la apertura de La Casa, y su familia. Y en la mesa contigua Fabian y algunos de sus amigos.
Todas las mesas estaban llenas. Rafel había hecho un reportaje para un medio digital en el que trabajaba que se había hecho viral rápidamente gracias a la foto de Cristian y Ale en ella. El atractivo de ambos había sido el enganche para el público, pero la historia de su amistad y la creación del restaurante, capturó rápidamente las miradas de todos. Las reservas no se hicieron esperar, y afuera quienes no habían reservado esperaban una mesa. Cristian se había encargado de llevar algunas bebidas para quienes no habían podido conseguir una mesa. El lugar regurgitaba con las risas de las personas, las conversaciones, la suave música de fondo; los meseros trabajando diligentemente, Cristian pendiente de todo y de todos como si pudiera estar en diez lugares al tiempo.
Cuando la noche se calmó un poco. Ale salió al patio, ya había pasado a saludar a los comensales de adentro del restaurant. Estaba vestido con un uniforme blanco, sus gafas y el cabello recogido hacia atrás con una bincha. Cristian caminaba a su lado acercándolo a las mesas. Lo vi hablar, regalar sonrisas, hacer gestos de agradecimientos. En una de las mesas llamó a uno de los meseros para que sirviera más vino. Recorrió cada mesa de la parte de afuera, hasta que finalmente llegó a la nuestra. Todos nos levantamos a saludarlo.
-Hijo, esta es la comida más rica que he probado en mi vida – le dijo Alfonso, el padre de Joan y Cristian mientras lo saludaba con un apretón de manos.
-Gracias – Respondió Ale.
-Ha sido toda una delicia – Le dijo Mirian.
-Sin su hijo nada de esto hubiese sido posible – Ale estaba realmente feliz.
Mi madre y mi padre lo abrazaron y lo llenaron de elogios. Mamá incluso lo peinó como solía hacer conmigo cuando estaba más pequeño, estaba seguro que mi familia podría cambiarme por él en cualquier momento, pero eso solo me hacía sentir calidez en el pecho. Mis hojas se abalanzaron sobre él, y Elena y Victoria lo abrazaron fuerte. Joan bromeó un poco con él.
Cuando fue mi turno, quise decirle tantas cosas, pero solo pude quedarme mirándolo con las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón, intentando que me entendiera sin necesidad de palabras. Mi sonrisa era débil y mis ojos añoraban que me escuchara. No sabía qué era exactamente lo que querían decirle, pero se morían por hablar con él. Ale estiró su mano hacía a mí, yo la tomé y lo atraje hacia mí para abrazarlo. Lo abracé fuerte. Olía a un perfume suave y amaderado, y a algo que se confundía entre todo eso, pero que me gustaba, era como el olor del fuego, de las brasas y el carbón. Se sentía bien abrazarlo, olerlo y que estuviera ahí sin rehuir de mí, sin que intentara alejarse. Estaba ahí, pegado a mí, y ninguno de los dos era capaz de decir nada. Cada elogio que había pensado había muerto en mis labios porque lo que le quería decir, no podía ser dicho, no en ese momento y dudaba poder hacerlo en algún momento, porque Alexander no quería escucharme. Quería alargar el contacto tanto como me fuera posible, mi cuerpo lo necesitaba, yo lo necesitaba. No entendía por qué, pero lo quería. Y solo en ese momento me di cuenta que no había estado tan cerca de él desde el beso. Después de eso, todo fue distancia, conversaciones monótonas y siempre rodeados de nuestros amigos. Nunca solos. Nunca lo suficientemente cerca como en ese instante ¿Qué me pasaba? ¿Qué carajos pasaba conmigo? ¿Por qué me sentía tan bien abrazando a un hombre, un hombre que me rechazaba? No se suponía que se sintiera de esa forma. Y por primera vez desde aquella madrugada, Ale no buscaba alejarse, se había quedado ahí en mis brazos, con su cabeza apoyada en mi hombro, aceptando lo que yo le estaba dando, como si de alguna forma se hubiese rendido. El abrazo no duró más de unos segundos, no pudo ser más largo de lo que un abrazo regular era, pero sentí que habíamos pasado horas en los brazos del otro ¿Por qué de repente todo lo que quería era a Ale? A Ale en mis brazos, a Ale cerca, a Ale en todas partes, pero conmigo.
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SERIE NUESTROS MEJORES DÍAS - 1. CRUCE DE CAMINOS - Pronto en físico.
RomanceGabriel, con dos hijas y atravesando un divorcio con la que fue su mejor amiga y el amor de su vida, a sus treinta y cinco años ya daba todo por sentado, hasta que una noche conoce a Victoria y se reencuentra con Alexander, un conocido de la infanci...