Un arma de agua

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  El mar teñía las ventanas de azúl marino con pocas luces visibles de los rayos del sol que atravesaban la superficie, era un hermoso espectáculo, cualquiera podría morir sin presenciarlo, cualquiera menos yo, Cristel Quivera.

Cuando mi superior, el comandante Friedman me advierte mantenerme en alerta porque ya se acercaba una posible amenaza, podría tratarse de un barco con municiones o algún submarino ¿Quién podría adivinar?

Un ruido fuerte se escuchó en las afueras, todos mis compañeros gritaban de la desesperación como si fuesen unos niños que se encerraron en un laberinto sin sus padres, ahogados de la claustrofobia. Era muy obvio que sentirían ése sentimiento. Al costado mío, una compañera de unos aproximados 27 años, a punto de casarse, escribía desesperada en las máquinas pidiendo refuerzos y ayuda. Ya era inútil.

El agua comenzó a entrar a través del origen del ruido, era un enorme agujero que se convertiría en la entrada de la muerte de todos, de la mía no.

Todos se sacaron sus boinas, mantuvieron la calma, llevaron la boina hacia el corazón, bajaron la mirada y los gritos de desesperación dejaron de escucharse. Por fin había paz.

-Esperen a encontrar la luz- Dijo con tanta paciencia el comandante.

En ése momento pasé de ver un paisaje azúl y hermoso a uno borroso y oscuro. La oscuridad avanzó en la escena. Derrepente, no vi más nada.

Podrían haber pasado alrededor de días o meses en los que mi mente permaneció apagada hasta que un día desperté. Alrededor mío había arena, en el cielo veía el ardiente sol y mi cuerpo estaba enredado por unas hojas verdes y saladas, eran algas. En ése momento me di cuenta que estaba sóla y muerta. Muerta acompañada por la muerte no, pero sí muerta con vida ¿Por qué? Porque finalmente desperté de la adultez para dejar atrás mi niñez. Éste fue mi comienzo y ésta es mi historia.

Sexo de municionesWhere stories live. Discover now