Pájaros de cristal |n.h au| Vol I

Capítulo 5

Capítulo 5. El juego

Solo algunos tienen el oscuro privilegio de ser escogidos por el mismo Demonio.

Aquella noche, la última chispa de su enfermizo aliento llamó al mal personificado. Cuando pensó que aquella enfermedad acabaría con su patética y entristecida vida, o quizás lo haría su propia voluntad, una mano alcanzó su alma. Pero era una mano fría, de largos y afilados dedos, como la garra de una bestia.

Abrió los ojos de par en par, sintiendo una presión en su cuello que amenazaba con arrebatarle el aire -y la existencia- en cualquier instante. Quiso cerrar los ojos, pues la imagen que se proyectaba frente a él era lo más horrible y terrorífico que había contemplado en su vida, pero no pudo. El ser que se alzaba sobre su cuerpo habló, y se le erizó la piel rápidamente;

«Hay tanto odio y rencor en tu alma, que la podredumbre que ensucia tu corazón acabará con tu vida antes que la propia enfermedad.»

«Me has llamado, así que te concederé aquello que tanto anhelas.»

«Pero todo tiene un precio.»

Lucy

Colgué la llamada y guardé el teléfono móvil en el bolsillo de mi abrigo. Había recibido una llamada de mi profesor de música del conservatorio; alguien quería que actuara en una importante celebración el próximo sábado. Realmente no necesitaba el dinero, pero aquello significaba el reconocimiento social de mi esfuerzo y formación como pianista.

Froté mis manos rápidamente, tratando de calentarlas un poco. Aquel día hacía mucho frío y había olvidado los gruesos guantes de lana, que la abuela me regaló, en casa. Cuando llegué a casa me dejé caer sobre el sofá como un saco de patatas; estaba extrañamente cansada.

De repente, algo volvió a mi cabeza; el collar que la abuela me había dejado "en herencia". Era ciertamente enigmático, des del color tan hipnotizador de la gema, hasta la brillante cadena que la sostenía. Por alguna extraña razón, sentía que no podía mantener aquel colgante resguardado en una simple caja, debía estar cerca de mí. Me levanté del sofá y caminé hacia mi habitación, donde mantenía el susodicho collar fuera del alcance de cualquier persona.

Abrí el cajón de la mesita de noche y tomé la caja que la abuela me había facilitado a través de mis padres; dentro yacía aquella preciosa y siniestra gema negra. Mis manos abrieron la caja con facilidad y tomaron cuidadosamente el collar.

Lo alcé ante mis ojos y lo contemplé en silencio. ¿Qué tan importante era?

El oscuro resplandor de la misteriosa gema me invitó a colocarme aquel collar en el cuello, pues quería admirarlo sobre mi piel.... Deseaba sentirlo junto a mí.

Desabroché los primeros botones de mi camisa y coloqué la joya alrededor de mi cuello lentamente. La gema golpeó suavemente mi pecho y se balanceó ligeramente, entonces noté la frialdad de la plata y la piedra en mi desnuda piel.

Busqué mi reflejo en el espejo de pie, y cuando mis ojos cayeron sobre el collar que adornaba mi clavícula, me sentí completamente encandilada. Las yemas de mis dedos tantearon la gema poco a poco, delineando su forma con suma delicadeza, como si temiese dañarla.

Pero de pronto, un agudo pinchazo azotó mi cabeza y me obligó a sentarme —torpemente— en el borde de la cama. Apreté los ojos con fuerza, me sentía un tanto mareada. Entonces, me tumbé sobre el colchón y me llevé una mano a la cabeza.

El malestar desapareció instantes después, pero mis ojos se mantuvieron cerrados. Estaba cansada, necesitaba descansar un par de horas.

Tomé la gema del colgante en mi mano, y noté una extraña calidez. El contacto de aquella joya sobre mi mano era demasiado agradable, tanto, que rápidamente caí en los brazos de Morfeo.