Capítulo 3

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Capítulo tres. El cuervo


Abrió la puerta con un ágil movimiento, como si esta fuese de papel, obviando cualquier formalidad por su parte, pues sabía que aquel lugar era lo más íntimo y privado que poseía. Entró silenciosamente, y al instante, una cálida y potente luz traspasó —con cierta violencia— sus nítidos ojos, obligándole así a cubrir su rostro durante un par de segundos.

Cuando fue capaz de acomodar la vista a aquella intensidad luminosa, retomó el paso hacia el interior del lugar. Al final de la sala, junto al gran ventanal, se encontraba aquella elegante jaula colgante que tantos aleteos había capturado. Dentro, había un pájaro de pequeñas dimensiones que piaba sin pudor alguno. Él se acercó con lentitud, mientras sus ojos escaneaban cada curva y forma del animal con cierto desagrado, y se colocó frente a la jaula.

"— Incluso encerrado, sigues cantando. —murmuró."

Observó al pequeño pájaro moverse en la jaula de un lado al otro, dando pequeños y ligeros saltitos.

"— Ni siquiera comprendes por qué estás encerrado en esta diminuta jaula. —continuó."

Estiró la mano, y entonces, comenzó a delinear los largos y finos barrotes de aquella fría jaula metálica. Uno por uno, mientras sus gélidos ojos contemplaban silenciosamente al pequeño animal.

"— No lo soporto. —pronunció seco."

Abrió la puerta de la jaula y hundió la mano en su interior, pronto el diminuto pájaro empezó a trotar poco a poco hasta encontrarse con su tibia piel. Entonces, lo atrapó, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo y el palpitar de su corazón entre sus dedos.

"— Los débiles solo sabéis conformaros. —estrujó suavemente aquel frágil cuerpo."

El animalito movió la cabeza asustado, pero él no mostró ni una pizca de piedad.

Y de repente, lo convirtió en cristal.

[...]

Su cuerpo se movía vagamente entre todas las personas congregadas. El lugar era elegante y encantador, repleto de deslumbrantes y carísimas decoraciones, pero ya nada podía sorprenderle. Quizás había acudido a tantas celebraciones, en lugares y épocas tan distintas, que difícilmente alguien o algo podría causarle algún tipo de impresión.

Le dio un último sorbo a su copa, y la dejó en la esquina de aquella —larguísima— mesa repleta de deliciosos y coloridos aperitivos. Salió al exterior del salón, en la terraza solo había un par de personas charlando discretamente. Le hubiera encantado sentir el frío de la noche otoñal inglesa, pero por suerte o por desgracia, eso ya no era posible.

Cuando se asomó discretamente para observar por debajo del gran balcón, pronto sus ojos captaron un par de figuras escondidas entre los arbustos del jardín. Le pareció curioso. Quizás se trataba de dos jóvenes amantes que buscaban refugio bajo la luz de la luna y la oscuridad de las sombras, tal vez se trataba de una discusión marital, un pequeño complot o un sucio arreglo de cuentas.

Pasaron un par de minutos, y en el momento en que las dos figuras emergieron de entre las plantas, sus ojos se detuvieron en seco; se trataba de un joven camarero y una chica.

Cuando la joven removió su largo cabello y se colocó la capucha por encima de la cabeza, un dulce e irresistible olor le azotó gratamente.

Era ella. ¿Pero qué hacía con ese chico?

Vio cómo sonreía con timidez mientras tomaba la mano del chico y después la estrechaba, pensó que quizás eran pareja, pero no estaba seguro. Con un gesto casual, tomó su teléfono móvil, marcó un número y se colocó el aparato en la oreja.

Pájaros de cristal |n.h au| Vol IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora