Capítulo 8

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Camila - Al norte del Atlántico

La luz golpeó su rostro de repente arrancándole un quejido.

- Hora de levantarse - la voz masculina la sobresaltó.

Instintivamente, intentó taparse, pero de inmediato, recordó que se había acostado vestida ya que no tenía otra ropa. A su derecha pudo ver la silueta de Xander, recortada contra la ventana, ahora con las cortinas abiertas, lo que le impedía ver su rostro.

Tenía tanto sueño, que se tapó la cabeza con ganas de decirle que la dejara dormir tranquila, pero las circunstancias de su estadía en el lugar, fueron llegando a su mente...

- Ejem... - el sonido de una voz femenina, carraspeando, la sorprendió. Sentándose rápido en la cama, vio una mujer bajita vestida con un traje de color crema, y hermosos zapatos al tono, llevaba el pelo recogido y una libreta con algo más en su mano; le recordó a la modista de Vex, pero no tenía la actitud avasalladora de aquella mujer.

- Señorita Camil, es hora de ocuparnos de su vestuario, por favor, no nos haga perder el tiempo - la voz de Xander era suave, pero firme.

- Perdón - murmuró, ya poniéndose de pie. - ¿Puedo ir al baño?

- Adelante.

Él comenzó a hablar con la mujer en un idioma que Camila desconocía, hizo lo más rápido que pudo para estar lista en menos de cinco minutos.

Cuando volvió a la habitación, la mujer se acercó a ella con una sonrisa amable, le dijo algo que no entendió, pero tocó su codo e instintivamente, ella levantó los brazos para que la mujer pasara la cinta de medir alrededor de su cuerpo. Le tomó muchísimas medidas, incluso le midió la planta de los pies en el ancho y largo.

Ellos volvieron a intercambiar unas palabras y la mujer se retiró, dejándola a solas con Xander, ahora que sus ojos se habían acostumbrado a la luz, pudo verlo mejor, llevaba unos pantalones como de montar, o algo parecido, sueltos arriba, pero ajustados en la pantorrilla, y en la parte superior, una camiseta sin cuello, de una tela fina, con una abertura a la altura en escote, atada con cordones, y delicadamente bordada. Y sobre ella, su extraña medalla.

- Haré que te traigan el desayuno - dijo antes de retirarse también.

Se preguntó cuánto tardarían en traerle ropa, ya se sentía un poco incómoda.

El desayuno se lo trajo la misma mujer que la noche anterior le había traído la cena. Se la veía de unos cincuenta y tantos, era rubia de ojos celestes, con mirada apacible, sus labios delgados siempre le esbozaban una sonrisa.

Ella le agradeció y la mujer le respondió algo en ese idioma extraño que todos hablaban allí.

La bandeja que le trajo, tenía una variedad de frutas rojas en un plato de postre y por encima una crema blanca y unos hilos de caramelo, además había allí unas rodajas de un fiambre casero y también unos trocitos de queso. Un té de lavanda y una naranja pelada y separada en gajos.

No era lo que hubiera pedido para desayunar, pero cuando comenzó a comer, no pudo más que agradecer a quien lo había preparado, era todo tan delicioso ¡La fruta! No recordaba haber comido nunca algo con tanto sabor.

Xander regresó unos minutos después que se acabara el desayuno. Traía en sus manos unas hojas, eran fotos impresas de distintos tipos de ropa, para que eligiera lo que le gustara, la mayoría de las prendas, eran vestidos.

- No me gustan los vestidos.

Sin decir nada, él se fue y regresó una hora más tarde. Esta vez los diseños eran de pantalones y blusas, todos diseños muy cuidados, que no pudo rechazar.

Mientras miraba las fotos, una muchacha tocó a la puerta y el hombre la hizo pasar. Llevaba una caja con la que ingresó directamente al vestidor, no estuvo allí más de cinco minutos y salió con la caja vacía. Más tarde, supo que le había traído ropa interior y algunos artículos de uso personal.

Xander se fue y la muchacha volvió varias veces antes de que, a mediodía, la misma mujer del desayuno, que ahora sabía se llamaba Iva, le trajera el almuerzo.

En la tarde, la modista vino a hacerle una prueba, con la chica que en la mañana le trajo la ropa interior. Un vestido, cruzado, de un tejido como lanilla muy suave, que le ajustaba perfectamente y varios pantalones y blusas, todas las telas eran hermosas, ella no podía creer que iba a poder usar algo así, impagable para una persona con un sueldo normal en Argentina.

Después de que se fueron, se decidió a darse un baño en esa bañera divina que había visto el día anterior, se la preparó muy rápido, ya que el agua salía en abundancia, y era re fácil regular el calor. Unos minutos después de estar en el agua, pensó que podría acostumbrarse a esto, lo único que extrañaba era su celular; cuando pudiera le iba a preguntar a Xander si tendría alguna forma de conseguir uno, o recuperar el suyo.

*****

Lola - Complejo Vex, Prov. de Santa Cruz, Argentina.

Estaba con Rafa en el segundo subsuelo, tenía el celular de Cami en la mano, de a ratos lo encendía y le daba vueltas, la extrañaba.

- ¿Por qué no dejas ya de jugar con eso? - preguntó el hombre recostado a su lado.

- No sé, me pregunto si habrá alguna forma mágica de saber que está bien, capaz si sale alguna notificación de que loguea en otra parte,... qué se yo... - cavilaba a modo de respuesta.

- Lo único que nos queda es esperar lo mejor y no pensar.

- ¡Qué fácil lo hacés vos! - reclamó. - Total nosotros estamos bien acá y la que sufre es ella.

- No quise decir que no sufriera - explicó. - Me refiero a que no la ayuda el hecho de que nos torturemos pensando en lo que estará sufriendo. Si algo se puede hacer, Gaspard lo hará.

Ella se puso de pie, enojada, pasó en un momento de la furia a la angustia y después a la resignación. Se volvió a sentar, pero esta vez, mirándolo de frente.

- No creo que Gaspard pueda hacer nada - su voz se fue rompiendo, y las lágrimas comenzaron a brotar por sus ojos, Rafa se acercó a abrazarla.

- Ya pronto sabremos de ella, ya verás...

*****

Xander - Al norte del Atlántico

Ya hacía un mes que tenía a Camila allí, aunque luego de que la proveyera de lo necesario para su estadía, no había interactuado con ella más de dos o tres veces.

En una de esas veces, ella le había solicitado un celular, el cual le proporcionó, pero rara vez lo usaba, ya que allí no había ninguna clase de cobertura móvil.

Para él era demasiado tener que vivir con la electricidad y la telefonía, las cuales le hacían sentir un zumbido constante, como para encima tener que aguantar esas nocivas ondas penetrando por su cuerpo.

Desde la torre, el lugar en donde le gustaba meditar, podía verla a veces recorriendo la isla, se la notaba tranquila. Le había asignado una joven de la aldea que hablaba algo de español para que no se sintiera tan sola.

Luego de este tiempo, era hora de realizar con ella una sesión de fotos. Aunque muchas cosas de esta nueva era le molestaban, sin dudas, los avances tecnológicos le permitían hacer cosas que en otros tiempos no hubieran sido tan placenteras ni para él ni para la involucrada directamente, en este caso, la señorita Camile, como le gustaba llamarla.


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El hechizo de tu sangre [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora