Planificó lo que haría con semanas de antelación. Buscó lo que necesitaba con cuidado y tiempo, cerciorándose de que todo estuviera saliendo como ella quería, y a la vez de no levantar sospechas por parte de la dragona insensible. Daba excusas cuando hacía cosas que pudieran verse fuera de lo normal, y se aseguraba de no dejar rastro.
El día previo a su cumpleaños número dieciocho ya tenía todas las cosas listas, por lo que se quedó despierta hasta el amanecer. Sabía que, considerando lo que iba a hacer, debería descansar, pero la emoción era tanta que se le hacía imposible dormir.
Y llegó el amanecer. Sonrió apenas vio el primer rayo de sol colarse por la ventana de su habitación de la torre, determinada y decidida a cambiar lo que sería su vida a partir de ese día. Tomó el montón de cosas que había estado arreglando desde hacía semanas, se abrigó bien, y comenzó a bajar las escaleras. Se despidió de las habitaciones mentalmente, diciéndoles que estaba feliz de nunca más tener que verlas, de finalmente ser libre... hasta que llegó abajo, donde se encontraba durmiendo la dragona. Se movió cuidadosamente cuando estaba pasándola, haciendo el menor ruido posible porque, sí, iba a irse, pero eso no significaba que quería armar un escándalo.
No obstante, Juliana, incluso en sus sueños, olfateó a la princesa, aguzando el oído para poder detectarla... y lo hizo, despertándose. Desde la noche anterior ella había estado emocionada porque sabía que sería el cumpleaños de Valentina, por lo que apenas abrió los ojos estaba de muy buen humor, queriendo ya ver a la princesa para felicitarla y darle un regalo que le había preparado.
Pero lo que realmente ocurrió fue muy distinto, cuando vio a Valentina con todas esas cosas encima, tan bien abrigada, como si estuviera escapando... porque, se dio cuenta, eso era lo que estaba haciendo: huyendo. De la torre. De su vida como princesa. De esos muros que la alejaban del mundo y su felicidad.
—Princesa Valentina de Kuhr —dijo la dragona impresionada—. ¿Qué estás haciendo? ¿A dónde crees que te diriges?
Y Valentina no pudo soportarlo más. Arrancó a llorar, sintiendo todo su plan desintegrarse ante sus ojos debido a quien antes consideraba su mejor amiga. Deseó que la situación pudiera ser diferente, pero sabía que de nada le servía desear, por lo que comenzó a quitarse las lágrimas de los ojos y mejillas, aunque seguían saliendo a borbotones.
—Me voy, Juliana —explicó—. Tengo dieciocho años, estoy harta de esta vida, estoy harta de todo esto, así que me voy. Adiós.
—No... no puedes irte, princesa —anunció la dragona—. Tus padres me encargaron cuidarte y asegurarme de que...
—¿Cuidarme de qué? ¿De la vida? ¡Esta torre no me está protegiendo; al contrario, me está encerrando, me está impidiendo ser feliz!
—¿Y qué planeas? ¿Huir así, con ese encantamiento que durante la mitad del día te transforma en un ave?
—¡Prefiero estar encantada el resto de mi vida antes que pasarla allí encerrada!
—Princesa....
—¡Me da igual vivir como un ave con tal de ser libre, Juliana!
Esta miró a la humana con pesar.
—Entiendo que te frustre que nadie que haya llegado hasta aquí sea lo suficientemente digno de ti, que no te merezca, pero...
Y la princesa, dolida y enojada, lanzó una risa amarga.
—¿Ser digno de mí? ¿En serio? ¿Hasta cuándo vas a mantener esa mentira? ¿Crees que nunca iba a darme cuenta de que la razón por la que no permites que nadie te venza es porque no quieres quedarte sola?
Y Juliana se sintió tan ofendida que deseó haber permitido que cualquier imbécil la venciera y llegara hasta la habitación de la princesa, besándola, rompiendo el hechizo y llevándosela. ¿De verdad Valentina pensaba que nadie la había rescatado porque ella la estaba... manteniendo consigo, para sí, por egoísmo? ¿Eso era lo que creía?
Ya veía que todos esos años de amor, cuidado, comprensión y dedicación no significaban nada para la heredera al trono de los Kuhr.
—"Nadie es digno de ti"... —la imitó la princesa con profundo resentimiento—. ¿Y quién es digno de mí? ¿Tú lo eres, y por eso no me dejas ir? ¡Dime quién demonios me merece y no me iré! ¡Solo di un nombre, Juliana! ¡Adelante, estoy esperando!
Por los enormes ojos de la dragona comenzaron a brotar lágrimas calientes y espesas. Se sentía como una estúpida, humillada, como si todos esos años de servicio no hubieran valido nada.
—Sí —comentó Valentina—, eso pensé.
Continuó caminando, pero la dragona se interpuso en su camino.
—Espera —pronunció con voz lenta.
Sin embargo, la princesa estaba cansada. Había soñado con ese día tantas veces. Ya quería salir, ser libre, irse de ese lugar que le traía muy malos recuerdos.
—No quiero que alguien me "cuide" de la vida —explicó—. Lo que quiero es ir allá fuera y vivirla, arriesgarme, tener aventuras... vivir aventuras de verdad, y no solo imaginarlas mientras lo único que hago es esperar a que suceda algo que nunca va a ocurrir.
—Haré lo que me pediste —anunció la dragona—. No lucharé con la próxima persona que venga a intentar rescatarte. Le dejaré pasar, no haré nada contra él... pero, por favor, quédate. He vivido durante muchísimos años con un hechizo y sé lo horrible que es. Al principio dices que no te importa tenerlo, pero la verdad es que sí lo hace. No quiero que vivas lo mismo que yo, princesa. Por favor, permíteme cumplir tu deseo y que de esa manera te vayas de aquí, pero junto a alguien que quiera estar contigo y sin un hechizo torturándote día tras día.
Una ola de enojo atravesó a la menor. ¿Tanto tiempo planeando todo aquello para que Juliana le ofreciera esa opción? ¿Es que a ese nivel tenía que llegar, al de huir, para que se diera cuenta de que la lastimaba incomparablemente al no permitirle ser libre?
—Bien —concordó después de pensarlo unos minutos. Sabía que se iba a arrepentir, pero iba a darle una última oportunidad a la dragona—.
Le permitirás el paso completamente libre a próxima persona que venga a rescatarme, sin interponerte en su camino ni una sola vez. En caso contrario, me iré.
—De acuerdo —dijo Juliana—. Gracias.
Pasaron varios días hasta que el siguiente ser que quería rescatar a la princesa se apareció por la torre... días en los que ella no le dirigió la palabra ni en la más mínima oportunidad a Juliana. Esta se sentía desgraciada, sucia, culpable, como si mereciera todo lo que le estaba ocurriendo y más.
Y Valentina, por su parte, contaba las horas hasta ser libre.