La mujer mayor, acostada en la cama de la princesa y con uno de sus hermosos vestidos, se hizo un ovillo y recostó su cabeza, dándose por vencida. Quizá era demasiado por un día, era demasiado en tan poco tiempo. Un día había sido una dragona, luego ya no lo era, y lo siguiente que sabía era que una princesa estaba enamorada de ella.
Simplemente era... demasiado. En todos los aspectos.
Mientras Valentina la abrazaba y le acariciaba la espalda, los brazos y la cabeza, pensaba en las palabras de su compañera una y otra vez, durante toda la noche, intentando imaginar qué podría hacer o decir para compensarle toda la situación. O bueno, tal vez fuera demasiado tarde para compensarle nada, pero... podría hacerle entender que sus sentimientos eran honestos, reales, que no se iría a ningún lado, y que lo que sucedía entre ambas era muy en serio.
Totalmente en serio.
Le llegó una idea a la cabeza casi al amanecer, y tan emocionada estaba por todo que decidió levantarse, salir a buscar algunas cosas y hacer los arreglos necesarios.
Por su lado, Juliana se despertó triste. Valentina no estaba con ella en la cama; quién sabía a hacer qué había salido. La noche anterior le había dicho ciertas cosas que la habían herido, y ella se iba...
Magnífico.
—No sé ni qué hago aquí, o por qué accedí a esto —pensó para sí—. ¿Habré hecho lo correcto?
Y en ese momento regresó la princesa y, tras darle un beso amoroso, le tendió unas frutas con una mano. La otra la tenía tras la espalda.
—Buenos días, amor —Su sonrisa era brillante—. Está listo el desayuno.
Les encantaban las frutas rojas. Algo hermoso para compartir.
—¿Por qué te ves tan feliz? —inquirió Juliana—. Además, ¿qué traes allí?
Valentina mostró qué era: flores de todos los colores. Su compañera se sintió inundada por la ternura.
—¿Por qué... me las trajiste?
—Es porque más tarde te quiero preguntar algo y quiero que estés muy feliz para cuando llegue el momento y debas darme tu respuesta.
—Creí que dirías algo como "porque son tan lindas como tú", pero aprecio tu honestidad.
La princesa se rió.
—Te va a gustar. Lo prometo.
—Ahora me tienes en ascuas... ¿De qué se trata?
—Primero tienes que desayunar.
—No lo haré hasta que me digas.
—No te diré hasta que desayunes.
—Odio que seas tan terca.
—Viví durante años con una dragona, así que, ¿qué puedo decirte? Lo adquirí de ella.
Juliana sonrió.
—¿Al menos comerás conmigo?
—Por supuesto. Haré lo que sea que quieras contigo. Cualquier cosa.
Y Juliana quiso decirle "quédate conmigo para siempre", pero le pareció que era pedir demasiado.
La colección de frutos que Valentina había llevado era bellísima, sin mencionar lo deliciosa que estaba. Las manzanas y fresas olían de las mil maravillas... Y para Juliana todo sabía incluso mejor porque lo probaba con sus papilas gustativas de humana, y no con la lengua pesada de dragona que hacía que todo tuviera un sabor chamuscado.
Valentina sentía ternura al ver a su amante disfrutar de la comida como si la comiera por primera vez. Los ojos de su chica eran preciosos: llenos de vida, brillantes, incluso más que cuando era una dragona. Entre bocado y bocado se le inundaba la mente de cientos de preguntas, y tras dudarlo unos minutos, finalmente decidió compartir una en voz alta:
—¿Crees que actuamos mal? Me refiero a haber roto los hechizos. Es decir, estar hechizada apestaba, pero al menos teníamos alas.
—La libertad se trata más que de poder volar. Tuve alas por varios años, pero nunca me sentí más en una prisión.
La menor se dio cuenta de que estar encerrada en la torre por años no debía ser nada comparado a estar encerrado dentro de ti mismo, en tu propio cuerpo, y no poder salir sin importar cuánto lo quieras.
—¿Para ti de qué se trata la libertad?
—De tomar tus propias decisiones. De estar donde tú quieras y con quien tú quieras.
La princesa se sonrojó.
—¿Te sientes en... libertad conmigo?
Su interlocutora sonrió, emocionada.
—Más libre de lo que me he sentido en toda mi vida.
—Yo también —Se veía tan alegre que parecía que iba a explotar—. No tienes idea de lo feliz que me haces.
Se acercaron la una a la otra para besarse brevemente, y después de eso continuaron comiendo en silencio. Sin embargo, en este cada una iba pensando miles de cosas, y la princesa, curiosa como era desde pequeña, no pudo evitar preguntar:
—¿Cómo te diste cuenta de que me amabas?
—Cuando me besaste. Me tomó por sorpresa, pero... luego no quise que te detuvieras.
La menor estaba sonrojada.
—¿En ningún momento anterior a ese pensaste que podrías amarme de esa forma?
Juliana quedó algo anonadada por la selección de palabras de su amante.
—Se suponía que te debía proteger, no que debía enamorarme de ti.
—Pero pasó.
—Sí. Y no me arrepiento.
—Pero eso no responde mi pregunta.
La mayor negó con la cabeza, sonriendo.
—Hubo un atardecer en el que estábamos hablando y se veían algunas estrellas, y la gran y hermosa luna... —suspiró—. Deseé ser humana para poder tomarte la mano y abrazarte. Y ahí me di cuenta: te quería más de lo que debería.
A Valentina le pareció una historia tan tierna que no pudo evitar sonreír.
—Me alegra que seas humana de nuevo; eres demasiado dulce como para ser una buena dragona.
Juliana se rió.
—A mí me alegra ser humana porque podemos amarnos sin barreras. Ningunas alas me dan la libertad que me causa poder amarte como quiero.
Y Valentina se dio cuenta de cuánta razón había tenido Juliana: la libertad no se trataba de torres, alas o volar...
Se trataba de estar con la persona que realmente amabas.