—Valentina... —comenzó Juliana con los ojos abiertos de par en par, pero su interlocutora negó con la cabeza.
—Eres hermosa y te quiero besar, Juliana—susurró contra su boca, acariciando lentamente su mejilla con una mano—. ¿Puedo hacerlo?
La calidez que antes sentía como dragona volvió a ella, inundándole el pecho y haciéndola sonreír. Sin embargo, esa vez era mejor, porque sabía que esa llama no significaba que estaba hechizada, sino que estaba viviendo un momento mágico, pero en un sentido totalmente maravilloso.
Le devolvió el beso... y muchos, muchos más.—De acuerdo, solo... —inquirió Juliana horas después, cuando ambas estaban acostadas en la cama de la habitación de la princesa, acariciándose mutuamente tras haber compartido un momento de intimidad único que no habrían cambiado por nada del universo—. ¿Por qué yo?
Y Valentina sonrió de nuevo, mirándola con ternura.
—Tú me mereces, según tus propios términos. Siempre te has esforzado por que yo obtenga lo mejor, porque sea feliz, siempre te preocupaste por mí y me cuidaste.
—Princesa, yo...
—Pero en mis términos es más simple —interrumpió a su interlocutora de preciosos ojos azules—. Te interesas por mí. Me quieres por quien soy y no por el trono. Me quieres de verdad.
Juliana se mordió el labio, bajando la vista.
—Sí, princesa. Te quiero de verdad.
Y la mencionada se rió, auténticamente alegre.
—Saberlo me hace más feliz de lo que piensas.
—¿P-P-Por qué, su Majestad?
—En primer lugar, deja de llamarme así. Soy Valentina o Val. Refiérete a mí de esa forma.
—De acuerdo, Prin... Val.
—Y en segundo lugar... porque yo también te quiero, Juls. Más de lo que imaginas.
Esta se sonrojó. Desde que había vuelto a ser humana era como si todas las emociones fueran mil veces más intensas. Quizá se debía a que ya no era un anfibio de cuyas fosas nasales emanaba fuego al enojarse.
—Por favor...
—¿Por qué crees que regresé? ¿Por unas cartas? No puedo vivir sin ti, y por eso fue que volví. Me da igual ser "libre" si no puedo estar contigo.
—Eso... eso no es...
—No es lo que esperabas —Se encogió de hombros—. Honestamente, yo tampoco. Pero es así, y me di cuenta de ello mientras salía de aquí con ese... chico.
Juliana sonrió.
—Era un enclenque.
—Absolutamente. Ni siquiera sabía dónde había dejado a su caballo, por amor a los dioses. Qué incompetente.
—Desde siempre te dije que no debías estar con un cualquiera, pero no me quisiste escuchar.
—Y al final de todo sí te escuché: vaya que no estoy con una cualquiera.
Ambas se miraron un rato, compartiendo una sonrisa cómplice, y luego se acercaron la una a la otra para besarse.
—¿Qué sucederá con la corona?
—Kuhr se ha mantenido muy bien sin mí durante todos estos años. No veo por qué habría alguna urgencia en volver ahora.
—Pero...
—He vivido toda mi vida encerrada en una torre, anhelando libertad y soñando con ella. No voy a ir a un castillo en el que me privarán de lo que yo considero libertad, además de estar con la persona a la que quiero, solo para seguir una tradición que ni siquiera me gusta.
Estuvieron unos segundos en silencio.
—¿No quieres... ser reina?
—Soy una aventurera. Quiero viajar, conocer, explorar... no sentarme en un trono a esperar dar a luz un niño para que digan que tengo algún valor.
Juliana sabía que leer no le había hecho demasiado bien a Valentina... pero vaya, ¡no pensaba que era tanto así!
Se acostó junto a la menor, trazando figuras en su cuerpo con los dedos. Pensó minutos, horas, eternidades, y luego habló:
—De acuerdo, imaginemos que... huímos juntas. De todo esto, de esta torre, de estas vidas que ya son el pasado. Hago pociones, las vendo, vamos a todas partes...
—Recorremos el mundo juntas —interrumpió Valentina sonriendo. Se veía mayor, más madura, pero en el mejor sentido de la palabra—. Vamos hasta el amanecer, hasta el borde del mundo y más allá, y formamos nuestro propio Felices Para Siempre.
Juliana ahora sonreía como una niña enamorada por primera vez.
—Eso... me gusta. Es hermoso.
—Como tú.
—Val...
—En serio. Eres completamente hermosa. Por dentro, por fuera, por todo tu cuerpo, solo... La criatura más hermosa que ha existido jamás.
Juliana la miró como si no pudiera dar crédito a sus oídos.
—¿Cuándo te diste cuenta de que me amabas?
—Cuando salí del castillo y me di cuenta de que no podía irme sin al menos verte una vez más. Y luego cuando te vi... no quería irme. No quería dejarte. No podía.
—Habías... pensado en irte antes —Su voz era avergonzada y pequeña, tal como ella misma se sentía—. Incluso lo habías planificado.
—Lo sé, y eso fue egoísta. Pero estoy segura de que también habría regresado, en caso de realmente haberme ido. No podría dejarte, Juliana . Eres lo único que tengo.
La mayor miró a la otra con cierto temor y a la vez gratitud. Su pecho estaba hecho un revoltijo, latiendo como loco por tantas emociones encontradas.
—Pensar que te irías para siempre me destrozaba por dentro.
Valentina comenzó a acariciarle el cabello, culpable.
—Lo siento. Fui egoísta e inmadura.
—Fuiste humana y honesta —la corrigió la otra con tristeza—. Viviste encerrada. Era de esperarse que quisieras salir.
La conversación no estaba saliendo como la princesa esperaba, así que intentó excusarse con algo que había pensado durante muchos años:
—La soledad te puede volver loco.
—Sí, pero... no estabas sola del todo —la voz de Juliana era un susurro, obviamente dolida. Parecía a punto de llorar—. Yo estaba ahí. Siempre estuve ahí para ti.