Los Otros Yo

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Los Otros Yo

Acercarse a alguien de repente es muy difícil, es por eso que hay que buscar elementos que generen confianza en tu apariencia, hacerles sentir que te han visto antes. Por ejemplo, para esta noche compré una camisa azul y una corbata delgada color negro, que aparecen en un comercial de colonias. De ese modo, ya se sienten habituadas a mi presencia, sin haberme visto antes realmente.

Así como la camisa y la corbata, voy agregando elementos familiares a mi apariencia antes de salir. Al final, me cepillo bien los dientes. El olor a menta es el único aroma que realmente cautiva cuando te acercas lo suficiente.

Hoy romperé con una sana costumbre: Voy a volver a ir a un bar que ya visité el fin de semana pasado.

Hace una semana conocí a alguien. Los recuerdos son algo borrosos, pero me gustó demasiado. Su nombre era Mischa. Creo que estoy enamorado. O al menos altamente intrigado.

Ella fue la que se acercó al estar sentado en la parte más iluminada de la barra. Dijo que me había visto antes. “Siempre vas a bares distintos cada fin de semana”. Reí ante su afirmación, tratando de evadir el cerco, con el miedo de ser víctima de una acosadora o una ex-amante vengativa. Le dije que siempre me han dicho que luzco muy común. Dijo que era encantador. Sentí que la tenía en mis manos.

Tres Vodka Tonic después, seguíamos hablando. Ella rozaba sus manos sobre las mías y sentía algo que sólo puedo describir como eléctrico. Su rostro, su sonrisa, su modo de cruzar las piernas... incluso ese gesto con el que se mordía las uñas al hacer ciertas preguntas... me había equivocado con ella. Era yo el que había caído en una trampa. Pero me gustaba.

No sé en qué momento de la noche me convenció de salir del bar junto a ella. Y tengo vagos recuerdos de ir a algo parecido a una clínica a que me dieran drogas y me metieran tubos por la nariz. Me divertí bastante, a pesar de no tener sexo.

Lo peor del caso, es que me dijo que regresaría al mismo bar. Que esperaba volver a verme ahí. No tengo su apellido ni su número de teléfono. Tengo pocas esperanzas, aunque como dije antes, ella me gusta. Yo me esfuerzo por lo que me gusta.

Así que fui rumbo al bar, listo para todo, menos lo que vi.

Al menos diez personas vestían la camisa azul con la corbata negra. La calidad variaba, pero la intención era la misma evidentemente. Otros tenían mi corte de cabello, mi abrigo... y el olor a menta... era asfixiante. Obviamente no había espacio en la parte que me gustaba de la barra.

Traté de tomarlo lo más deportivamente posible, pero me irritaba. Sin contar que después de casi dos horas de estar sentado esperando, no veía señales de esa mujer, o alguna otra que me interesara que no tuviese al menos dos clones míos al acecho. Me guardé la corbata en el bolsillo y desordené mi peinado. Esta no iba a ser una buena noche.

Por eso, decidí que lo más sano era beber hasta que fuese una hora aceptable para salir del bar. Había que tratar de disfrutar el momento, por más surreal que resultara. Un sujeto con un mohawk y cara de no salir mucho se sentó en mi mesa a quejarse de que había demasiados hombres en este bar y le dañaban sus conquistas. Reconocía ese tipo de excusas. Así que le di cuerda un rato para ver si podía descifrar el misterio de mis clones. Apelé a mi vanidad y le pregunté de donde vino esa estúpida idea de todo el mundo de vestirse así esta noche. Bajó la cabeza y sacó de un bolsillo de su pantalón un frasco naranja de esos de drogas de prescripción. Dijo que eran “mentalesprés” para ser una persona más sociable, pero que evidentemente todo el mundo era igual de sociable hoy. Me dijo que no las quería más. Me las regaló.

Miró su reloj y dijo que ya era una hora aceptable para irse. Le dije que tenía razón, pero que todavía me quedaba algo de Vodka Tonic y que no tenía nada en contra de los homosexuales, pero que no pensaba salir al mismo tiempo que otro hombre, en especial uno que vestía una camisa igual a la mía. “Hay que cuidar las apariencias al menos”. Nos reímos del comentario y se fue algo golpeado en su ego, como yo lo hubiese estado en su situación. Fue un buen intento de su parte.

Ser yo mismo es algo que me tomó tiempo. Tuve que pulir mi actitud y escuchar con atención aquello en lo que fallaba, así no me agradara, para lograr esta imagen que veía fotocopiada por docenas.

¿Por qué alguien más querría ser yo? Hay mucha gente más exitosa o feliz de lo que yo desearía ser. En especial esta noche.

Tras terminar mi Vodka Tonic, decidí probar las píldoras para ver de qué iba todo el asunto.

Fue como recibir una patada en la cabeza. Estaba sobrio nuevamente. Y descubrí que estaba rodeado de versiones ebrias de mí mismo. Era John Malkovich. Y todos a mí alrededor eran John Malkovich.

Me tropiezo con otro de mis clones camino al baño. Una mujer. Puedo verme en su modo fingidamente casual de encender su cigarrillo. Pasé años perfeccionando esa sonrisa insinuada, jamás mostrando los dientes. Sirve para invitar a preguntar algo más, pero no te hace lucir hambriento. En ella se ve como un tic incontrolable, pero me resulta simpática. Es el tipo de mujer que no sale mucho y no sabe muy bien cómo aplicarse maquillaje. Bonita, pero torpe en su roce social. Es de esas mujeres que son mi blanco usual si está sola y lleva un par de tragos encima. Me siento extrañamente halagado al ser su objetivo militar de la noche.

Hablé con ella un rato, para sacarle todo lo que podía de información respecto a las píldoras de personalidad. No muy agresivo, fingí que era uno más de los clones, y que era mi primera vez. Yo sé que tengo mi debilidad por enseñar. Ella me contó todo lo que necesitaba saber. Y yo le di mi teléfono y le dije que me llamaba Javier. Mi nombre real. Esta noche estaba rompiendo muchas reglas autoimpuestas.

Siempre que quise verme a mí mismo había tenido la suerte de que fuese a través de las palabras de otras personas, no en desconocidos imitando mi comportamiento. Estuve atento a ver lo que hacían ahora. Tenía que aprender algo de todo esto para evitar convertirme en un estereotipo. Lo trágico, es que noté que varios de mis clones tomaron esa misma actitud de observadores.

Siempre he sabido quién soy. Conozco mis fallas, pero trabajé duro para volverme esta persona que soy ahora. Ellos no son más que imitaciones, pero me asustan. Me siento más falso de lo usual, con una lupa gigante que me permite observar claramente mis fallas. Esta situación es como una pesadilla en la que me sigue una manada de mimos callejeros.

A Mischa, o como se llame, la vuelvo a encontrar mucho más tarde, pero no es igual a la semana pasada. Su personalidad, su comportamiento, eran de píldora también. Es más amable e ingenua de lo esperado, usa muletillas cuando habla, tartamudea cuando se siente nerviosa. Una decepción. Tuve sexo con ella de todos modos, pero sólo por no parecer descortés. Tuve ganas de preguntarle por su otra personalidad, anotar la referencia y convencerla de tomar esa píldora de nuevo. Pero no sería lo mismo. En mi mente corrió la fantasía de tener sexo con esta persona capaz de manipular a su antojo mis emociones, pero temo que se trate de un hombre. Algunas cosas es mejor no saberlas. Le di un nombre falso y dejé de salir por varias semanas.

La fiebre duró un par de meses. Pasé de moda, como todo lo que tiene que ver con la vida nocturna. Tal vez descubrieron algo de sí mismos que no les gustó al ser yo. O les caí mal con el tiempo. Tal vez hay alguien nuevo y mejor que yo en el mercado.

Toda experiencia deja algo útil. Encontré fallas que aprendí a corregir y aprendí un par de frases bastante interesantes de mis copias. Ahora, si estoy demasiado ebrio y siento que puedo estar a punto de cometer una estupidez, cuento con mis propias píldoras. Soy mejor. Soy único de nuevo.

Hay noches que me vuelvo a tropezar con mis clones. O eso creo. Cualquier guiño me recuerda algo de quien creo ser. Tal vez parte de mi nueva personalidad es ser más paranoico.

Efectos SecundariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora