No quiero esto, no quiero irme.

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Sábado por la mañana, exactamente las 9 de la mañana. Solo me quedaban 8 horas para despegar, irme a otro sitio, despedirme de todos, despedirme de mi vida. Había quedado con María, para despedirnos. Me encantaba estar con ella, sentía que teníamos una conexión especial, no se por qué, pero me encantaba. Sabía que podía contar con ella para lo que fuera, si me pasaba cualquier cosa, se lo contaba a ella. Era de las mejores personas que había conocido. Empecé a llorar, sabía que iba a estar mucho tiempo sin verla. Era mi apoyo, lo mejor que tenía y no quería alejarme de ella.
Salí de casa, hacía muchísimo calor así que aproveche para comprar un helado y llevárselo a ella. Sabía su sabor favorito, así que cogí ese y se lo lleve. Cuando llegue al parque estaba allí, en nuestro banco, aquel banco en el que habíamos compartido tantos momentos.
Me saludó como siempre, con un abrazo y un beso en la mejilla. Me entristeció la idea de no volver a sentir aquellos abrazos, de no volver a estar con ella, de no poder contarle todo lo que sentía. Creo que ella se dio cuenta de lo mal que me sentía.
-Hey, no estés así. Hoy tenemos que disfrutar al máximo.
-Tienes razón, lo siento. Bueno y ¿cuál es el plan de hoy?
-Primero vamos a la playa, la tenemos al lado. Paseamos un rato, hablamos y después, comemos en un restaurante cerca de la playa, que hace buen tiempo. Yo invito, tranquila que es el último día. Después vamos a donde tú quieras, elige.
-Mmm no sé, cualquier sitio. Contigo estará genial.
Hicimos todo lo planeado. Nos lo pasamos genial. Eran las cuatro, tenía que irme a casa ya.
María me acompañaba hasta el aeropuerto en el coche de mis padres, conmigo hasta el final. Y no era trágica, vale? Era la verdad, sentía que ese iba a ser el final de mi vida perfecta, el final de todo lo que quería. Llegamos a casa corriendo, cogimos todo mi equipaje y nos dirigimos hacía el coche, mis padres nos esperaban. Supongo que estarían enfadados, pero me daba igual. Era yo la que tenía derecho a estar enfadada. Me habían destrozado la vida, no necesitaba más motivos. Por el camino iba pensando en todo, en que desde que me dijeron que me iba toda mi vida cambió. Toda la gente se olvidaba de mi; Lucas se enfadó, no sabía nada de él, se suponía que todo iba bien, que estábamos bien. Me arrepentí de haberle dicho eso, de haberle dejado, de haber estropeado todo lo que habíamos vivido juntos en una sol tarde. Empecé a darme cuenta de todo lo que había hecho mal aquellos días, era increíble como en tan pocos días había metido tanto la pata. María me puso la mano en mi hombro.
-¿Estas bien?
-Si, nerviosa. ¿Y si no me llevo bien con nadie allí? Voy a estar sola.
-No pienses así, se positiva. Todo va a ir bien. Sabes que estaré ahí siempre.
-Las horas cambian.
-Estaré toda la noche despierta si hace falta, por ti lo que sea.
-Te voy a echar de menos, te quiero.
-Y yo, recuérdalo.
Llegamos al maldito aeropuerto. Me bajé y fuimos corriendo a por los pasajes. Metí la maleta en la cinta. Ya no había vuelta atrás. Tenía que estar en 10 minutos en el avión, pero no quería despedirme de nadie. María y yo nos dimos un abrazo eterno, que se me hizo demasiado corto. Me despedí de todo y empecé a caminar lentamente hacia la puerta de embarque. Abrieron las puertas del avión y empezamos a entrar. El viaje fue largo, se me hizo eterno. El peor viaje del mundo.
Llegué a Estados Unidos, a Nueva York. Odio Nueva York, es un caos. En la salida me esperaba un chico rubio de ojos verdes. Llevaba un cartel con mi nombre. Habló en español, me quedé flipando. ¿Cómo sabía español? ¿Quién era ese?

Hoy nos toca compartir la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora