Fatalidad

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Algunos creen que el destino marca sus vidas, otros no creen más que en las casualidades. Yo prefiero llamarlo fatalidad. Lo inevitable.
Y ahora la fatalidad se mostraba una vez más ante mí, imponente y desafiante a la vez.
La imagen de Violeta Acevedo aún permanecía fresca en mi memoria, cautivadora como una diosa y tan peligrosa como una serpiente.
Sabía que no me había contado toda la verdad, tan solo una ínfima parte, y también sabía que lo que ocultaba era terreno pantanoso. Un cenagal oculto a la vista cuyo hedor era imposible de camuflar.
A pesar de considerarme alguien solitario, sabía con certeza que uno mismo no siempre puede abarcarlo todo, por eso contaba con la ayuda de un reducido grupo de colaboradores. Víctor Reina era uno de ellos. Se trataba de un joven universitario cuyo don era moverse entre las redes sociales como un pez lo haría en el agua, usando su pericia para recabar toda la información posible que yo le había solicitado. Su informe había sido exhaustivo y revelador al mismo tiempo.
Violeta Acevedo era una mujer intrigante a primera vista, pero lo averiguado sobre ella excedía cualquier sospecha que hubiera podido forjarme.
Hija del magnate de la abogacía, Eduardo Acevedo, había seguido los pasos de su padre, primero como colaboradora y luego, tras la muerte de su progenitor, como líder del fastuoso imperio. A sus treinta y cuatro años era considerada como un fiel ejemplo de mujer emprendedora y poderosa.
Todo lo contrario a su hermana menor. Alicia Acevedo se movía en la alta sociedad con la delicadeza de una bailarina de ballet. Díscola, encantadora y tan venenosa como su hermana mayor, creía haber nacido para vivir una vida de placer y sin responsabilidades. Dos hermanas tan diferentes entre sí como el día y la noche.
Mientras Violeta mantenía firmemente apretadas las riendas del legado paterno, Alicia se dedicaba a dilapidar su enorme herencia.
La relación entre ambas hermanas era, como no podía ser de otra forma, tensa y en ocasiones incluso violenta.
La prueba de su velada enemistad podía comprobarse en la decisión tomada unos meses atrás por Violeta Acevedo para con su hermana menor, cuando decidió cerrar el grifo del que Alicia era tan procaz y eliminarla de la ecuación. Violeta, con mano firme, había decidido restringir la suma de dinero que cada mes entregaba a su hermana, reduciéndola de manera drástica y alegando que lo hacía por su bien.
Me imaginé que la decisión debía de haber levantado ampollas entre ambas e indujo a la joven a tomar una peligrosa decisión.
Un mes más tarde, Alicia Acevedo era secuestrada, mientras sus captores exigían una elevada suma de dinero por su liberación.
Blanco y en botella...
Como antes dije, la fatalidad en su estado más puro.
El dosier que mi infatigable colaborador me había enviado, también contenía información sobre la empresa de la que Violeta Acevedo era su directora. El antaño pequeño bufé que el patriarca Acevedo había conseguido levantar se había transformado en un intrincado laberinto de empresas, todas ellas relacionadas con la abogacía, aunque también rozaba otras competencias como la adquisición de bienes inmuebles y la subasta de antigüedades. El capital que el consorcio Acevedo era capaz de amasar era verdaderamente prodigioso. Los ingresos netos anuales rozaban los nueve ceros. La empresa Acevedo e hijas estaba considerada como una de las más importantes del panorama actual.
La información que mi colaborador me hizo llegar también indagaba en la vida privada de las dos hermanas.
Violeta Acevedo tenía cuarenta años. Soltera y sin compromiso, se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo. Reacia a aparecer en público, apenas se dejaba caer por las fiestas que su hermana era tan proclive a organizar. Los periodistas del corazón la asediaban con saña día y noche, pero todos ellos eran incapaces de atravesar la férrea coraza que ella misma había construido a modo de escudo.
Su fría y altiva presencia hacía sudar de inquietud a todos aquellos que se relacionaban con ella. Más de uno, tras un paso en falso, había visto desaparecer por arte de magia su credibilidad, al mismo tiempo que todo su dinero. Era por eso, quizá, por lo que la mayoría la detestaba, al tiempo que la temía.
Alicia Acevedo era todo lo contrario a su hermana mayor. Su vida era una montaña rusa de emociones. Simpática, según decían, también era terriblemente inmadura y procaz a las situaciones comprometidas. Alicia Acevedo era conocida en los más exquisitos ambientes como la niña mimada que jamás maduraría. Divertida y con la personalidad de un cacahuete, los reporteros, siempre ávidos de sangre como buitres, se peleaban entre sí por una de sus sonrisas, pues, eso sí, la sonrisa de esa niña era tan prodigiosa como su irresistible belleza.
Mi intención era averiguar todo lo posible sobre aquellas dos hermanas. En mi posición de mercenario a sueldo, sabía que el conocimiento es poder y que ese poder podía evitarme acabar mucho peor de lo que estaba.
Quién juega con serpientes sabe que en cualquier momento puede ser mordido y eso era lo que debía evitar en todo momento.
Siempre un paso por delante era uno de mis lemas, solo que en aquella ocasión nunca tuve el timón de los hechos que estaban por ocurrir.
La tarde que me presenté en el bufete de mi patrona para dialogar con ella sobre el trabajo que nos traíamos entre manos, me di perfecta cuenta del peligro que me rodeaba.
—No le esperaba tan pronto, Lobo —dijo Violeta Acevedo con la mirada de un ave rapaz —. ¿Sabe ya dónde se encuentra mi hermana?
—Aún no —contesté—. Pero lo sabré pronto. El motivo de mi visita es otro.
—¿Qué ha averiguado? —Me preguntó ella y pude observar el gesto de desilusión que se dibujaba en su rostro.
—El verdadero motivo de la desaparición de su hermana. He averiguado la razón de su presunto secuestro.
—¿Presunto? Explíquese...
—Estoy convencido de que su hermana nunca fue secuestrada. Ella misma lo fingió.
—Eso es imposible...
—No lo es. Sucede mucho más a menudo de lo que usted pueda imaginar.
—¿Está tratando de decirme que...?
—Exactamente eso. Su hermanita quiere el dinero que usted le negó y por eso ha ideado este disparatado plan.
—No tengo idea de cómo ha podido averiguar usted eso, pero creo que se equivoca. Alicia sería incapaz de algo así.
—¿Está usted segura? —Pregunté.
—Sí... —durante un segundo pareció dudar—. Alicia no sería capaz de idear un plan como ese... Usted no la conoce. Es incapaz de sumar dos más dos...
—La subestima. Además, imagino que contó con ayuda.
—¿Con ayuda de quién?
—Eso todavía no lo sé —dije—. Quizá algún novio o tal vez algún admirador.
Violeta Acevedo se levantó de forma súbita de su cómodo sillón y dio un par de pasos en dirección a la ventana. El paisaje urbano de Madrid que podía apreciarse a través del nítido cristal era imponente. El sol ya descendía hacia el ocaso, tras las altas torres del centro financiero y la silueta de la sierra de Madrid, mucho más lejos.
—Quiero que averigüe la verdad —dijo la todopoderosa mujer—. Quiero saber si Alicia ha tenido la desfachatez de mentirme de manera tan descarada y quiero que, de ser así, le aplique un castigo ejemplar...
—¿Un castigo? —Pregunté inquieto.
—Así es. Si alguien ha ayudado a Alicia a idear esta disparatada pantomima, quiero que desaparezca de manera inmediata, además de dolorosa. Eso será suficiente castigo para mi tonta hermanita. ¿Cree que podrá hacerlo, Lobo? ¿O eso supera sus escrúpulos?
Mire a la mujer, que más bien me parecía un venenoso áspid y negué con la cabeza.
—Yo no tengo escrúpulos—respondí.

Night Wolf. Libera la bestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora