Uno cree tenerlo todo bajo control y cuando eso ocurre, el destino se encarga de demostrarte lo equivocado que estás.
Encontrar a Alicia Acevedo fue bastante sencillo, sobre todo al imaginar quién podía estar ayudándola. No eran muchos los candidatos que hubieran hecho cualquier cosa por esa alocada joven. Un par de ellos a lo sumo. Averiguarlo no resultó problema alguno. Buscarle y encontrarle fue aún más sencillo.
Lo que después ocurrió nunca hubiera podido imaginarlo.
Joaquín García Reyes era, se podría decir así, el guardaespaldas personal de Alicia; además de su amante e incondicional servidor. Se trataba de uno de esos chulos hijos de puta que se consideran superiores a los demás porque manejan pasta y porque pasan seis de cada siete días machacándose en el gimnasio. Un guaperas de metro noventa y cinco y brazos como mazas, pero tan jodidamente pusilánime como una colegiala. Al primer guantazo se puso a gimotear como una niñita desvalida, el segundo ostión le hizo soltar la lengua como una cotorra. Luego fue bastante difícil hacerle callar.
—¿Dónde está Alicia, mamonazo? —Le pregunté con la cortesía que me caracterizaba. Él me observó con ojos de cordero degollado desde la silla donde le había atado de pies y manos.
—No sé de qué cojones me estás hablando, tío —respondió "el bocas".
—¿No lo sabes? ¿Quieres que te siga dando de ostias? Sé que Alicia y tú planeasteis su secuestro, pero esto se ha acabado ya. Dime dónde está ella y puede que conserves todos tus dientes.
—No pienso traicionarla...
—¿No? —Pregunté. Además de imbécil, cabezota.
—¡No! —Chilló él —. ¡No voy a decirte nada!
—Ya veremos...
Joaquín García —Quino, como todos solían llamarle—, se revolvió histérico con el objetivo de liberarse de sus ataduras, pero no se lo permití. Mi puño encontró su estómago y se sepultó en él, haciendo que el joven perdiera el aliento y también la confianza.
—Me duele hacerte esto —dije, y era cierto —, pero si no me dices dónde está Alicia, voy a tener que hacerte mucho daño. Sé inteligente por una vez en tu vida.
Quino negó con la cabeza. Su elocuencia se había evaporado junto con su valor, aunque aún conservaba algo de tozudez. Claro que la tozudez también desaparece cuando las cartas vienen malas y sobre todo cuando me ven rebuscar algo en el bolsillo interior de mi cazadora y sacar el puño americano que siempre guardo para los momentos especiales. Esos momentos de íntimo contacto entre ellos y yo. Un juguetito de acero cromado al que tengo mucho cariño.
—¿Qué coño vas a hacer con eso, tío? —Preguntó Quino y vi como sus ojos se desorbitaban de pánico.
—¿Tú qué crees?
—¡Yo no sé nada! Te equivocas conmigo...
Solo bastó un golpe en los morros para que Quino hablase y después lo hizo, vaya si lo hizo.
—¡No me pegues más! Te diré todo lo que quieres saber —gritó, mientras escupía sangre por la boca —. La idea fue de ella, yo le dije que era una locura, pero no me hizo caso...
—¿Dónde está?
—En un piso de su propiedad, en la calle Fernández de los Ríos... ¿No irás a hacerle daño?
—Quiero encontrarla. Su hermana está muy preocupada por ella —mentí.
—¿Su hermana? ¿Preocupada?... Esa bruja no se ha preocupado por nadie en su vida, salvo por ella misma...
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Night Wolf. Libera la bestia.
Mystery / ThrillerSi no tienes nada que perder, ¿a qué puedes tenerle miedo?