7. Before the World Cup

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PREVIO AL MUNDIAL

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Por todas partes, magos y brujas salían de las tiendas y comenzaban a preparar el desayuno. Algunos, dirigiendo miradas furtivas en torno de ellos, prendían fuego con sus varitas. Otros frotaban las cerillas en las cajas con miradas escépticas, como si estuvieran convencidos de que aquello no podía funcionar. Tres magos africanos enfundados en túnicas blancas conversaban animadamente mientras asaban algo que parecía un conejo sobre una lumbre de color morado brillante, en tanto que un grupo de brujas norteamericanas de mediana edad cotilleaba alegremente, sentadas bajo una destellante pancarta que habían desplegado entre sus tiendas, que decía: «Instituto de las brujas de Salem». Desde el interior de las tiendas por las que iban pasando les llegaban retazos de conversaciones en lenguas extranjeras, y, aunque Emma no podía comprender ni una palabra, el tono de todas las voces era de entusiasmo.

—Eh… ¿son mis ojos, o es qué se ha vuelto todo verde? —preguntó Ron.

No eran los ojos de Ron. Habían llegado a un área en la que las tiendas estaban completamente cubiertas de una espesa capa de tréboles, y daba la impresión de que unos extraños montínculos habían brotado de la tierra. Dentro de las tiendas que tenían las portezuelas abiertas se veían caras sonrientes. De pronto oyeron sus nombres a su espalda:

—¡Harry!, ¡Ron!, ¡Emma!, ¡Hermione!

Era Seamus Finnigan, su compañero de cuarto curso y amigo de Hogwarts. Estaba sentado delante de su propia tienda cubierta de trébol, junto a una mujer de pelo rubio cobrizo que debía de ser su madre, y su mejor amigo, Dean Thomas.

—¡Emma! —Seamus y Dean se levantaron para abrazar a la castaña. Emma les regresó el abrazó con mucho gusto.

—¡Te extrañé tanto! —exclamó Seamus—. Y mírate, cambiaste un montón. Por poco y me pasas.

—Sólo fueron dos meses —dijo Ron.

—Es una eternidad, Ron —repuso Dean.

—¿Sabes, Emma? —dijo Seamus—. Si no fueras novia de Harry me atrevería a decir que…

—Tarde —dijo rápidamente Harry, tomando a Emma de la mano.

—No soy una pelota que pasa de mano en mano —intervino Emma seriamente.

Se quedaron un momento en silencio, y Emma estaba segura que hubieran seguido así, de no ser porque la señora Finnigan llegó con ellos.

—¿Les gusta la decoración? —preguntó Seamus de pronto—. Al Ministerio no le ha hecho ninguna gracia.

—El trébol es el símbolo de Irlanda. ¿Por qué no vamos a poder mostrar nuestras simpatías? —dijo la señora Finnigan—. Tendrían que ver lo que han colgado los búlgaros en sus tiendas. Supongo que estarán del lado de Irlanda —añadió, mirando a Harry, Ron, Emma y Hermione con los brillante ojillos.

Se fueron después de asegurarle que estaban a favor de Irlanda, aunque, como dijo Ron:

—Cualquiera dice otra cosa rodeado de todos ésos.

—Yo si que estoy del lado de Irlanda —aseguró Emma, fingiendo estar ofendida.

—Me pregunto qué habrán colgado en sus tiendas los búlgaros —dijo Hermione.

—Vamos a echar un vistazo —propuso Harry, señalando una gran área de tiendas que había en lo alto de la ladera, donde la brisa hacía ondear la bandera de Bulgaria, roja, verde y blanca.

Emma y el Cáliz de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora