8. Winky

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WINKY

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Tomaron todo lo que habían comprado y, siguiendo al señor Weasley, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles. Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Emma había visto millones y millones de construcciones gigantes, ese estadio era definitivamente el más asombroso, junto a Hogwarts, claro.

—Hay asientos para mil personas —explicó el señor Weasley—. Quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los muggles se acercan hasta aquí recuerdan de repente que tenían una cita en otro lugar y salen pitando… ¡Dios los bendiga! —añadió en tono cariñoso, encaminándose delante de los demás hacia la entrada más cercana, que ya estaba rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas.

—¡Asientos de primera! —dijo la bruja del ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas—. ¡Tribuna principal! Todo derecho escaleras arriba, Arthur, arriba de todo.

Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas. Emma tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que tenían a sus pies, cuyo aspecto nunca hubiera imaginado.

Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse, Emma se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el estadio.

Emma estaba observando cada mínimo detalle con mucha emoción, cuando la voz de Harry llamó su atención:

—¿Dobby?

Al escuchar el nombre del elfo la castaña se volvió para mirar a la pequeña criatura.

—¿El señor acaba de llamarme Dobby? —chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos. Tenía voz aún más aguda que la de Dobby. Emma supuso que era una elfina.

—Disculpe —le dijo Harry a la elfina—, la he confundido con un conocido.

—¡Yo también conozco a Dobby, señor! —chilló la elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, apesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada—. Me llamo Winky, señor… y usted, señor… —En ese momento reconoció la cicatriz de Harry, y los ojos se le abrieron hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños—. ¡Usted, es, sin duda, Harry Potter! —dirigió sus pequeños ojos a Emma—. ¡Y usted, sin duda es, Emma Williams! ¡Su amiga!

Harry y Emma compartieron una mirada y dijeron:

—Sí, somos nosotros.

—¡Dobby habla todo el tiempo de ustedes! ¡Pero principalmente de usted, señor! —dijo ella, bajando las manos un poco pero conservando su expresión de miedo.

Emma y el Cáliz de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora